Drama en cuatro actos y en verso de Víctor Hugo (1802-1885), estrenado en 1882. La figura del monje que renovó en España la obra de la Inquisición está trazada con violencia romántica, dentro del marco de una sociedad sombría y criminal.
El prólogo tiene lugar en el cementerio de un convento, en Cataluña, donde el rey Fernando de Castilla penetra de incógnito, acompañado por su ministro el marqués de Fuentes, para arrancar al prior del convento algunas revelaciones secretas sobre dos jóvenes, don Sancho y doña Rosa. Éstos, que según el derecho feudal tendrían que heredar y reunir con su boda una gran parte del reino, condenados a muerte, han encontrado un refugio en el convento. Asustado por el poder que con su matrimonio podrían reunir, el rey quiere suprimirlos; en el coloquio con el prior, el marqués, preparado para ayudar al rey en sus crueles propósitos, se entera de que don Sancho es uno de sus sobrinos, con lo que en su interior entran en conflicto sus nefastas ambiciones de ministro y el afecto que se despierta en su alma; el rey, por su parte, al ver a doña Rosa que pasea por el jardín, se enamora de ella. Al marcharse el rey y su ministro, don Sancho y doña Rosa oyen unas lamentaciones que proceden de una tumba donde enterraron vivo a un fraile rebelde y visionario, y le ayudan a escapar.
La acción central del drama tiene lugar en Sevilla donde el rey, enamorado de doña Rosa, tiene ahora un doble motivo para suprimir a don Sancho, rival suyo en política y en amor, y donde Torquemada, el fraile al que salvaron los dos jóvenes, llegado a la cumbre de su poder, hace temblar hasta a los monarcas. A pesar de una entrevista con el santo ermitaño Francisco de Paula, que le predicó el amor y la piedad, Torquemada no desiste de la que considera su sagrada misión; los sacrílegos discursos del papa Alejandro Borgia, que fue a parar a la gruta del ermitaño disfrazado de cazador, le confirman la necesidad de sanar con el fuego las llagas de la Iglesia. Así, cuando el bufón de la corte le denuncia que el rey y la reina han aceptado las riquezas ofrecidas por los judíos a cambio de que les protejan de las persecuciones, él se precipita a sus habitaciones y los obliga a humillarse. Mientras tanto el marqués de Fuentes, al que el rey encargó que raptara a Rosa, prepara la fuga de ésta y de su sobrino, queriendo él mismo seguirlos a Francia; el propio Torquemada colabora para sustraer a los dos jóvenes de la injusta ira del rey, que, encerrándolos en un convento, violentó su conciencia; pero en este momento unas palabras de los dos le revelan que, para salvarle, levantaron la tapa de su sepulcro con una cruz.
Sobrecogido nuevamente por su tétrico fanatismo, el fraile ya no ve en ellos más que a dos sacrílegos, y permite que los conduzcan a la hoguera para que sus almas se purifiquen con el fuego. El drama, que enfrenta el bien y el mal, el amor y la crueldad, se sirve de los propios anacronismos históricos para dar mayor relieve y vigor a la pintura de la época. Las figuras del rey y del marqués, además de la del protagonista, tienen una eficacia escénica no siempre alcanzada por el poeta en sus dramas juveniles.
C. Cordié