La obra más importante sobre el tema es el drama homónimo de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), estrenado en 1807 en Weimar y diez años más tarde en Berlín; debido a su carácter psicológico, carente de acción, no tuvo un gran éxito teatral.
La historia de su génesis es característica de la evolución del espíritu del poeta, del titanismo de los primeros años en Weimar al reconocimiento del valor supremo de la renuncia a la pasión individual en honor de la ley ética social. La primera redacción en prosa, de 1780-81, más tarde destruida por el autor, debía ser, quizás, más que el Werther (v.), una típica expresión del «Sturm und Drang»; amor infeliz (inspirado por la pasión de Goethe por Charlotte von Stein), impedido por injustos prejuicios sociales; el poeta Tasso, cuyas obras eran familiares a Goethe desde su primera juventud, sucumbía frente a un mundo exterior que ahogaba su vocación artística. Este contraste entre el alma del poeta y la realidad del mundo que le circundaba correspondía a lo que atormentaba a Goethe en los primeros tiempos de su estancia en la corte de Weimar. Tal sentimiento de afinidad espiritual se basaba especialmente en la biografía de Tasso escrita por Manso.
Sin embargo, durante su viaje a Italia, en 1785, Goethe conoció una fuente más importante, la Vida de Torquato Tasso del abad Pierantonio Serassi; con la ayuda de ésta y madurado por la experiencia italiana de un lado, y por el otro por nuevos dolores después de su regreso a Weimar, en 1789 compuso un nuevo Tasso, en pentápodos yámbicos, más profundo y conforme a su nueva concepción de la vida y el arte. Ya no es el conflicto individual entre el mundo artístico del poeta y la mezquindad de la pequeña corte en que vive, sino el eterno contraste entre idealismo absoluto y realismo, que se resuelve tan sólo en la sabia fusión de uno y otro: Tasso y Antonio, encarnaciones de estos dos principios, son contrarios solamente «porque la naturaleza no hizo de ellos un único hombre». La acción tiene lugar en la corte del duque Alfonso II de Este, en su castillo de Belriguardo, cerca de Ferrara. La delicada hermana del duque, Leonora, y su amiga y dama de corte Leonora Sanvitale, en traje de pastorcillas, coronan de guirnaldas primaverales los bustos de Virgilio y Ariosto; su conversación recae sobre el poeta huésped en la corte, Torquato Tasso, cuya naturaleza atormentada, misantrópica y desconfiada es una preocupación para todo el mundo.
A ellas se une el duque, magnánimo mecenas, en quien se idealiza la figura del duque Carlos Augusto de Weimar. Luego llega Tasso, que pone en las manos de su bienhechor el poema acabado de la Jerusalén libertada; y el duque le hace coronar con laurel por su hermana Leonora. Llega entonces Antonio de Montecatino, secretario de Estado, que arregló felizmente en Roma unos importantes asuntos políticos para su príncipe. El joven poeta, en la embriaguez del honor que acaba de recibir, le saluda con excesivo entusiasmo, al que el otro opone una frialdad ofensiva, exaltando, en cambio, la positiva sabiduría política de la corte pontificia, donde a nadie se permite estar ocioso y el arte es honrado como sencillo adorno y no como factor esencial. Al quedarse a solas con la princesa, Tasso expresa su mortificación y ella le consuela demostrándole una benevolencia que enciende en él la pasión, aunque a su arrogante afirmación de que «es lícito lo que gusta» ella contrapone la amonestación de que «es lícito lo conveniente» (palabras efectivamente cambiadas en la controversia entre Tasso y Guarini).
Sigue un coloquio entre Tasso y Antonio, en que el hombre de Estado apaga con la ducha fría de sus argumentos prácticos los ardientes entusiasmos del poeta, hasta que éste, irritado, en un arrebato de ira saca su espada. Interviene el duque para separarlos y relega a Tasso, perturbador de la paz de su castillo, a su habitación; sin embargo, convence a Antonio, que por ser más razonable también es más culpable, del deber de reconciliarse. Mientras, Leonora Sanvitale, que intuye la razón profunda de la disputa entre los dos hombres, movida por una cierta ambición egoísta, persuade a la princesa de la necesidad de que el poeta abandone la corte y se retire a Florencia, donde ella misma le cuidará. Ella misma, más tarde, le comunica esta propuesta, y él, creyéndose abandonado por todo el mundo y víctima de una enorme injusticia y de una conjura general, decide engañar a todos simulando la mayor calma y pidiendo que le envíen no a Florencia, sino a Roma. Cuando Antonio le devuelve su espada en nombre del duque, le acoge tranquilo y le ruega que obtenga para él lo que desea.
Al llegar el momento de la despedida pide a su mecenas la devolución de su manuscrito, y el duque promete que se lo enviará en cuanto lo hayan copiado. Cegado por su monomanía de persecución, Tasso se cree víctima cada vez más de un complot, animado por la envidia de su adversario, con el fin de robarle su obra. En la escena siguiente entre él y la princesa cree sentir en las palabras humanamente piadosas de la mujer una expresión de amor y, perdiendo todo control, la abraza locamente. A duras penas ella consigue liberarse. Estupefacción general: el duque parte en el acto con las mujeres, confiando el loco a Antonio; éste encuentra por fin palabras cordiales para convencer al desgraciado de su equivocación, para aliviarle y ofrecerle su amistad como única posibilidad de salvación. Tasso, recobrando conciencia de la propia dignidad de poeta, pronuncia las memorables palabras: «Y si el hombre enmudece en el dolor, a mí un dios me concedió que pudiera decir cómo sufro». Y mientras dolorosamente reconoce que debe condenar su pasión para que triunfe la ley, se echa a los brazos de Antonio, humillando el propio idealismo absoluto frente al representante de la realidad.
La trágica profundidad espiritual de este final del drama supera la del suicidio de Werther y hace del Tasso, como dice Gundolf, «un poético sacrificio fúnebre sobre la juventud de Goethe». En el juvenil conflicto entre poesía y realidad, entre titanismo y ley moral, Goethe no sucumbió, porque consiguió conciliar en sí los dos caracteres opuestos de Tasso y de Antonio, acogiendo en su nueva concepción todos los aspectos de la vida.
C. Baseggio-E. Rosenfeld
Tenía yo la vida de Tasso y mi propia vida; y juntando esas dos tan raras figuras con sus características, brotó el personaje del Tasso, al que, como contrario prosaico, opuse Antonio, para el que no me costó mucho trabajo encontrar modelo. Las otras relaciones de corte, de vida y de amor se parecían, además, a Weimar y puedo decir con derecho de aquel drama mío: es médula de mis huesos y carne de mi carne. (Goethe)
Goethe es el primer poeta moderno que representa no los dramáticos fenómenos de las pasiones, sino a todo el hombre en sus relaciones con las eternas fuerzas que le rodean, en su íntimo sufrimiento al contacto con la vida y los hombres; en esto todos los modernos poetas descienden de él. (Dilthey)
Maurice Barres llamó a Ifigenia una obra civilizadora, que sostiene los derechos de la sociedad frente al orgullo del espíritu. Esta afirmación conviene no menos a otra obra de la autodisciplina, mejor dicho de la auto flagelación, al Tasso, a menudo censurado por su atmósfera de convencionalismo y de miramiento. (Th. Mann)