Obra de Thomas Mann (1875-1955); junto con Desorden y dolor precoz (v.), Tristón (v.) y algunas más, es una de las mejores y más célebres narraciones de este autor. Escrita en 1904, no mucho más tarde que su gran novela juvenil Los Buddenbroók (v.), a ésta se une también por su argumento y de ella deriva el nombre Kroger.
Sin embargo, mientras que en la novela el violinista Hanno, último vástago de una casa ya sólida y floreciente, está enfermo de alma y de cuerpo y muere jovencito, Tonio Kroger (retrato también físico del autor) es un joven escritor de unos treinta años, en lucha con problemas del arte y de la vida, pero muy sólido de mente y vigoroso en lo físico. Todos los elementos autobiográficos, que en la novela estaban bastante oscuros, aquí están más descubiertos, al punto que se puede hablar de una verdadera autobiografía, apenas levemente velada. Pocos son los hechos: Tonio Kroger, después de haber pasado los años de su infancia y los del bachillerato en Lübeck, donde ha sentido con una especie de afectuosa envidia su «inferioridad» frente a su compañero de colegio Hans, más libre que él, más sencillo, más preparado para la vida, y después de amar en vano a la rubia Ingeborg, de su misma edad, se traslada al sur de alemania, a Munich; llega a ser célebre, pero sigue con su inquietud juvenil.
Está atormentado especialmente por este problema: ¿puede el artista, «un verdadero artista y no un emborronador de cuartillas», vivir y «sentir» como una persona normal, «honrada», es decir, provista de aquella honradez corriente que ya en los primeros años del siglo XIX empezaba a llamarse «burguesa»? Las experiencias sucesivas de Tonio Kroger — su vida nostálgica en Lübeck, donde la casa de sus antepasados, vendida por percances económicos y la dispersión de la familia, se ha transformado en la sede de una gran sociedad de seguros; su momentáneo arresto, por una equivocación, por parte de la policía; su viaje a Dinamarca, el encuentro allí en el Norte con la pareja Hans-Ingeborg, en viaje de novios; sus confesiones a la pintora rusa Lisaweta — todo contribuye a agravar y ahondar una discordia ya viva en él: el contraste entre las exigencias del artista moderno que debe superar en cierto sentido lo humano o «lo demasiado humano» y la inconfesada y profunda nostalgia de la vieja solidez y honradez tradicionales.
Esta discordia sólo es vencida al fin y al cabo por el mismo arte, en el juego de una ironía ora incisiva, ora afectuosa. Por lo que se refiere al lugar de Tonio Kroger en el desarrollo artístico de Thomas Mann se puede decir que si los Buddenbrook despertaron asombro por su finura de psicología y de gusto artístico en comparación con las obras contemporáneas, sin embargo quedaba en ellas algo del procedimiento «exterior» de los naturalistas: la excelencia artística ya no se alcanzaba en la última parte de la novela porque en la audacia de enseñar hay cierto valor, aunque sea artístico, incluso en la disgregación moral y, como Thomas Mann dirá más tarde, «un cierto encanto de la decadencia», carecía todavía de un adecuado instrumento.
Tal instrumento, más fino, más interior y más penetrante, lo crea Thomas Mann en sus narraciones y especialmente en ésta: con gran habilidad artística y con un sentido de la modernidad muy agudo, ya que del arte moderno él es, en tal aspecto, uno de los maestros. [Trad. española de F. Oliver Brachfeld (Barcelona, 1945)]. Premio Nobel 1929.
B. Tecchi