[Tigre reale]. Novela de Giovanni Verga (1840-1922), publicada en 1873. Giorgio La Ferlita, que ha crecido entre las comodidades y caricias de una educación muelle, ha llegado a los treinta años sin templar su carácter.
Guapo, fino, mundano, considera la vida como una fuente de agradables aventuras y la recorre con amplitud de medios y con insaciable avidez de los sentidos. La carrera diplomática parece completar su elegante epicureísmo. En Florencia conoce a una joven señora rusa, Nata, fascinadora en el esplendor de su belleza procaz, una extraña aventurera del placer, mezcla de refinamiento y de barbarie, extravagante, caprichosa, voluble, ya escéptica y sarcástica, ya apasionada y salvaje en los ímpetus frenéticos de una pasión súbita. Ambos se entregan con la simpatía de lo opuesto: mientras Giorgio se siente subyugado por la energía resuelta de ella, Nata parece saborear la delicadeza afectuosa y casi femenina de él. La relación no pasa de los límites de un idilio y cuando empieza a desencadenar una violenta pasión de los sentidos, tienen que separarse.
Ella, enferma de tisis, ha de reunirse con su marido en Rusia, pero promete a Giorgio, entre burlona y enamorada, que volverá para morir a su lado, en silencio, sin pedirle nada. Giorgio se consuela muy pronto y se casa con Erminia Ruscaglia, muchacha hermosa y rica que le hace padre feliz. En la querida intimidad familiar su corazón despierta a afectos más puros y profundos; pero Nata, sintiendo próxima su muerte y sabiendo que Giorgio está en Catania, se instala en Acireale y, siempre ávida de vida, en un ímpetu de ciega rebelión contra el destino, lo llama. Él no sabe resistirse a la invitación, pero por primera vez en la vida escucha la voz de la conciencia, tanto más cuanto que para ir a su lado ha de dejar a su mujer sola a la cabecera del niño enfermo. Y pasa una noche de pesadilla, entre los extremos frenéticos de una moribunda y sus inquietudes de padre y de marido infiel.
También la sencilla y virtuosa Erminia ha intuido su traición y se siente turbada por una crisis profunda. En la soledad dolorosa el único consuelo le viene de su primo Carlos, un joven oficial de marina; pero cuando advierte que el recíproco afecto cambia de naturaleza, reacciona con fuerza para seguir únicamente la ley del deber. Giorgio, que después de aquella noche no ha vuelto al lado de Nata, siente con pena que el corazón de Erminia ya no le pertenece como antes; en su turbación experimenta algunas veces rencor contra la serenidad de ella, dulce y resignada, pero después su ánimo se templa y eleva. La última sombra se levanta y esfuma a sus ojos cuando, pasando por Acireale, ven el coche fúnebre que lleva lejos el cadáver de Nata. Todavía bajo la fascinación del postrer romanticismo francés, Verga no consigue construir sólidamente la novela: el relieve de los caracteres es escaso e incierto; el análisis psicológico, sumario y genérico; la orientación moral, todavía vacilante.
Pero ya en la conciencia insatisfecha y disgustada el escritor siente viva la exigencia de la verdad, del deber y del bien, mientras se revela cálida y cordial su simpatía por los caracteres sencillos y fuertes, por las virtudes caseras y humildes. De modo que Erminia, estudiada en el progresivo enriquecimiento de su espíritu, a través de las experiencias de la vida, queda en la intuición humana, si no en la expresión artística, como el personaje más íntimo y vivo.
A. Massariello
Introduce los detalles en la novela de modo artificioso, encuadrándolos en un friso mecánicamente histórico. (L. Russo)