Tigre Juan, Ramón Pérez de Ayala

Obra del escritor español Ramón Pérez de Ayala (n. 1881), publicada en 1926, y cuya segunda parte, El curandero de su honra, es menos novelesca y más filosófica que la primera.

Los personajes, que (como de costumbre) corren el riesgo de lo caricaturesco, o de lo esperpéntico, obran inesperadamente — de acuerdo con la psi­cología que nos venían mostrando en la pri­mera parte — y todo ello en virtud de unos dilatados monólogos interiores o de viva voz en los cuales se analizan, pormenorizada- mente, razones, causas y consecuencias de sus actos, normales o súbitamente inspirados por la evolución de sus ideas Tigre Juan, así llamado por su fiero aspecto hirsuto, es un vendedor del mercado de Pilares (Oviedo en la realidad), cuya existencia metódica y casta, honrada y severa, se ve animada úni­camente por la presencia de un jovencito llamado Colás que ni siquiera es de su fami­lia, sino recogido, protegido, educado y en trance de doctorarse en Derecho, por el comerciante. Pesa sobre Tigre Juan una borrascosa historia: la de su amenaza de asesinato, y casi la realización, ya que se salvó de milagro, contra su esposa, Engra­cia, allá en Filipinas, cuando él era soldado y asistente del coronel Semprún.

La coro­nela, libidinosa y astuta, después de man­tener con Juan — Juanín en aquel enton­ces — relaciones ilícitas como con todo el batallón a las órdenes de su esposo, le casa con su doncella, Engracia, y en una noche de apuros, queriendo quitar de en medio a un tenientillo que se hallaba en su alcoba cuando el marido entró en la casa, lo mete en la habitación de Juanín y Engracia; el asistente cree culpable a su mujer y casi la estrangula en una ataque de furor y de celos. De la prisión a donde le lleva el cas­tigo de su atentado, le salvan el coronel y la coronela, y su propia esposa que le per­dona aunque sin decirle la razón verdadera —que él, aunque conoce bien a la coronela, no ha sospechado — de que aquel pobrecillo teniente ahora en fuga, y pronto muerto de fiebres malignas estuviera en su alcoba… Engracia muere a poco, Juan se repatría y se establece en el mercado de Pilares. Allí vive veinte años en un absoluto apartamiento de la mujer, a la cual aborrece y contra la cual despotrica a toda hora. Solamente se salva de su desdén, y ello por el respeto que su dolorida viudez le inspira, doña Iluminada una tendera que mantiene su comercio fren­te al de Tigre Juan.

Colás se enamora de una jovencita que le desprecia, Herminia, y huye de la casa de su presunto tío — tras de una escena espantosa con él, que le de­clara su verdadera procedencia —, rumbo a Filipinas, a luchar como soldado. Tigre Juan, desconsolado, quiere conocer a Herminia, que le teme mortalmente, y al verla a plena luz cae desmayado: ¡ es Engracia la que tiene delante! El más inesperado y violento amor — amor de hombre reseco de conti­nencia forzada por su voluntariosidad — es­talla en el comerciante; y todo se encamina al casorio fatalmente. Herminia, rebelde, lo acepta a cambio de engañarle con un amigo de Juan, Vespasiano Cebón, afeminado via­jante de bisutería y mercería, muy estimado por aquél, y que se presta gozoso al infame designio. Y he aquí que al mes o poco más de la boda, cuando algo se empieza a agitar en las entrañas de Herminia, sin que ni ella lo advierta, el viajante reaparece en Pilares y ella resuelve fugarse con él; bien es ver­dad que él se asusta de esta decisión y hace lo imposible para evitarla, ya que a su en­tender sería más seguro el comercio amo­roso en secreto y sin salir de casa.

Pero la esposa del hombre bueno y casto, que se siente enemiga suya sin saber por qué, huye con Vespasiano; en la ciudad próxima él la deposita en una casa de citas, ya que ella se obstina en perderse rematadamente, y en aquel antro encuentra Herminia una mujer con quien confesarse y que la ayuda a ver claro dentro de sí misma. No llega a consu­marse, de hecho, el adulterio, y al huir de la casa encuentra a Colás (que volvió de la guerra con una pierna de palo y que se casó o se unió con otra chica que ahora protege doña Iluminada, secretamente enamorada siempre de Tigre Juan) que la devuelve a su hogar de Pilares. Tigre Juan ha pade­cido, entretanto, tormentos infernales. Sin embargo, recibe a su espesa, no la rechaza, oye las explicaciones de Colás, y resuelve, súbitamente, matarse en lugar de matarla — como era de temer dada su psicología y su pasado amoroso —, sangrándose a sí mismo. El médico de su honra es aquí el curan­dero, mas curandero a quien salva la explo­sión de amor de Herminia, pues si ella se escapó, se rebeló, e hizo los disparates que hizo, era porque se resistía a perder su liber­tad hundiéndose en el amor de su marido, absorbente y tremendo.

Todos satisfechos del nuevo giro de los acontecimientos, des­emboca la acción de la novela en el naci­miento, lactancia y demás cuidados del hijo de Tigre Juan y Herminia. Los procedimien­tos, llenos de ternura y ajenos a toda idea del ridículo, que el hombre ya apaciguado de sus fierezas y resabios, adopta para criar a su vástago, arrancan sonrisas de burla de quienes le ven actuar. Mas él tiene razones que ofrecer a todos. Y sigue su camino fir­me, seguro, inalterable, junto a la mujer que ya le ama tan rendidamente que no piensa en la libertad que tanto temió per­der y por cuya salvación estuvo a un paso de perder la honra o la vida.

C. Conde