Tiempo y Estación, John Ruskin

[Time and Tide by Weare and Tyne]. Serie de cartas diri­gidas a un obrero, tipo del ideal artesano, Thomas Dixon de Sunderland (entre los ríos Weare y Tyne), por el escritor inglés John Ruskin (1818-1900) en 1867, publicadas pri­mero en el «Leeds Mercury», después reuni­das en volumen, con apéndices, en el mismo año, y de nuevo revisadas, en 1872.

Fueron escritas durante el período de la agitación obrera por la ley sobre la «Reforma del Parlamento» presentada por Disraeli, que había de abrir para los obreros la «tierra prometida» de la participación en el gobierno. Las sugestiones que ofrece a los obre­ros aspiran a la fundación de una comunidad ideal utópica, fundada sobre los principios de economía social ya expuestos en sus es­critos precedentes (v. Muñera pulveris o Hasta el final), estrechamente relacionados con esta obra. ¿Cómo crear una vida des­ahogada para el obrero, a fin de que cul­tive sus dotes espirituales? Con el sistema de las ocho horas, o menos, de trabajo, de los salarios fijados, no por la competencia, sino por la justicia, y del repudio de la obsesión de los patronos por hacerse ri­cos. Los trabajos más materiales deberían ser reducidos al mínimo, aboliendo el lujo, mientras los más peligrosos servirían de cas­tigo a los delincuentes.

La jerarquía del trabajo está formada por los propietarios de tierras, los comerciantes y los profesio­nales. De la primera clase deben proceder los juristas, los funcionarios, los militares. La tierra debe pertenecer a quien sepa cul­tivarla directamente, sin máquinas; no so­cialismo, sino libre cooperación, además de la intervención del Estado en cuanto a la educación, pensiones para vejez, servicios y obras públicas, etc. Los grandes comer­ciantes tendrían libertad para acumular for­tunas; pero sin especulaciones y sin neta separación entre ricos y pobres. El Estado debería asegurar para los primeros siete años del matrimonio un salario mínimo para todos. El comercio al por menor debería ser efectuado por funcionarios de los sindi­catos, con salario fijo, pero sin crear mono­olios. Los artesanos deberían ser educados como artistas; a los obispos les pide asisten­cia moral y social como funcionarios públi­cos. En cuanto a las formas de gobierno, que se ocupen de ellas los tontos; los sabios, por iniciativa propia, que mejoren las leyes. «Las reformas más esenciales son las que está en poder de todo hombre promover, y finalmente obtener con paciente decisión de conducta personal».

Tiempo y estación no es un tratado sistemático, sino un florilegio; cada carta toca y roza muchos temas, y los títulos a menudo simbólicos de las cartas no dejan entrever todo su contenido. Su sustancia se encierra en la frase: «Es más rico el país que nutre el mayor número de seres nobles y felices».

G. Pioli

Dijo constantemente los más extraordina­rios absurdos a propósito del paisaje y de la historia natural, que tenía obligación de comprender. Y dentro de sus límites habló con el más fácil buen sentido de economía política, que no tenía ninguna obligación de conocer. (Chesterton)

No solamente Ruskin no intenta nunca proyectarse en la naturaleza, sino que la sola contemplación de ella lo llena de tal feli­cidad que querría, como él mismo dice, ser completamente invisible. (Du Bos)