Poema elegiaco en versos libres del escritor norteamericano William Bryant Cullen (1794-1878), publicado en 1821. El poemita, que enlaza con la tradición de los poemas funerarios de moda entre fines del siglo XVIII y principios del XIX y con la poesía A un ave acuática (v.), constituye hoy día la base de la fama del autor.
Bryant ve la muerte como un acto en el continuo devenir de la naturaleza: «La Tierra que te alimentó querrá para sí lo que has llegado a ser, para devolverlo a la tierra y, perdida toda forma humana, abandonando tu esencia individual, irás a mezclarte para siempre con los elementos, te volverás hermano de la roca insensible y de la inerte gleba que el rudo arado levanta con su reja y revuelve. La encina, extendiendo a lo lejos sus raíces, atravesará tus cenizas». El poeta desarrolla su tema en versos de exquisita factura recordando que la misma suerte ha correspondido ya a muchos y espera a las generaciones innumerables de los hombres, pues los collados, los valles, «los bosques solemnes, los ríos majestuosos, los susurrantes riachuelos»… «La extensión ilimitada del antiguo Océano gris y melancólico son la solemne decoración de la gran tumba del hombre», y concluye exhortando a vivir de modo que se pueda afrontar la muerte «como quien se dirige a la mortaja para abandonarse a agradables sueños».
Sin ser un gran poeta, Bryant es, sin embargo, el mejor representante de su época en los Estados Unidos, y lo didáctico que se halla en toda su obra (fue un gran admirador de Wordsworth, que fue el primero en recoger el concepto del poeta educador) queda compensado por la finura del rasgo, el seguro sentimiento de la naturaleza y el refinamiento de la cuidadísima versificación.
L. Krasnik