Suelen designarse con este título colectivo las cuatro comedias de Vittorio Alfieri (1749-1803), El Uno, Los Pocos, Los Demasiados, El Antídoto [L’Uno, I Pochi, I Troppi, L’Antidoto], escritas en los años 1801-02, que en el pensamiento del autor habían de constituir una obra única, proponiéndose criticar con las tres primeras los vicios de los regímenes monárquicos, aristocráticos y democráticos y propugnar en la última un régimen mixto (que más tarde será la monarquía constitucional), en el que los vicios se compensasen y corrigiesen recíprocamente («Tre veleni rimesta, avrai l’antidoto»).
Las cuatro comedias representan por ello la conclusión de la especulación política de Alfieri pero, en realidad, no ofrecen ningún pensamiento nuevo ni original, sino que dejan caer las ideas más típicas de la obras políticas de este autor. Cierto que para escribirlas Alfieri se sintió impulsado, pensase lo que pensase, no tanto por el deseo de ofrecer un ideal político, cuanto por el de desahogar su alma exacerbada y decepcionada de la realidad presente, e incapaz ya de consolarse con la contemplación de un pasado heroico: sus comedias (hablamos de las tres primeras, pues El Antídoto es otra cosa) nacen como antítesis de sus tragedias y representan el derrumbamiento de aquel mundo heroico que había sido el tema de las tragedias, mostrando los impulsos mezquinos que inspiraron las acciones, celebradas por historiadores y poetas, de los más solemnes personajes de la antigüedad.
Podría ser su lema la famosa sentencia volteriana «No hay gran hombre para su ayuda de cámara», que Alfieri se apropia marcándola con cierta amargura propia; y volterianas, de un volterianismo amargo, sin fe y sin alegría, pudieran calificarse, junto con la Ventanilla (v.) [Finestrina], estas comedias en las que se nos presenta el semblante doloroso de un Alfieri que ha sobrevivido a sus mejores años. Típicamente volteriana es en especial la primera, El Uno, en la que se representan las intrigas de los competidores Darío, Megabices y Orcano para apoderarse del vacante trono de Persia, y las imposturas del adivino y del Gran Sacerdote que procuran, con sus fábulas divinas, hacer elegir a quien favorezca sus intereses: el elegido será Darío, ello por méritos de su caballo, que será el primero en relinchar, y mejor aún de su palafrenero Hipófilo, que encontrará un medio muy vulgar de hacerlo relinchar.
Así trono y altar quedan despojados de su prestigio: sólo entre aquellos personajes ambiguos (y con él está el corazón del poeta) aparece Gobria, que podría aspirar también al trono, pero desdeña contender por el mando supremo y, cuando Darío es elegido y quisiera honrarlo por encima de todos, le pide permiso para vivir alejado de la corte. Pero mejor que en El Uno el espíritu de estas comedias se revela en la siguiente, Los Pocos [1 Pochi], que pudiera llamarse, por la sátira de Tiberio y Cayo Graco, comedia antiplutarquiana. El autor presenta efectivamente a los dos personajes, víctimas de su obra a favor de la plebe, como dos aristócratas intrigantes que sólo actúan por rivalidad hacia los demás patricios, sus iguales, animados por su madre Cornelia, llena de soberbia nobiliaria, dispuesta a todo con tal de perjudicar a los rivales de su familia; a su alrededor se encuentran tipos de plebeyos, como Gloriacino, a quienes apoyan para emplearlos contra sus enemigos, y literatos y filósofos parásitos, como Diófanes y Blosio, que dan consejos y enseñanzas; la famosa reforma agraria está precisamente profetizada en la última escena por Diófanes, que la indica a los dos hermanos como un terrible instrumento de venganza contra los patricios que momentáneamente los han derrotado.
De un vulgar propósito de venganza y no de un movimiento de generosidad arrancaría pues el origen de las leyes agrarias fatales a los Gracos y a Roma. Pero el ingenio antiplutarquiano del último Alfieri tiene ocasión de desplegarse con mayor amplitud y felicidad en Los Demasiados [I Troppi], su mejor comedia, en la que la desenvoltura con que son tratados personajes históricos como Alejandro, Aristóteles y Demóstenes, puede recordar a un lector moderno a Shaw. El asunto son las vicisitudes de una embajada enviada por Atenas a Alejandro Magno: la componen figuras vulgares de demagogos, siempre dispuestos a hablar de libertad, pero ansiosos de elevarse aun a costa del tirano, y la capitanean los dos rivales Demóstenes y Esquines, que no cesan de hostilizarse. De dicha embajada, que Alfieri presentó teniendo en cuenta a politicastros de la Francia revolucionaria y de las improvisadas repúblicas italianas, pueden servirse fácilmente Alejandro y sus cortesanos; pero mientras ataca a los demagogos atenienses y en especial a Demóstenes, presentado por él como un retórico intrigante y venal, el poeta no deja de satirizar a Alejandro y su corte; el héroe empequeñecido entre las riñas de sus dos mujeres, las intrigas y las adulaciones; Aristóteles filósofo cortesano, que en vano trata de conciliar la filosofía con el respeto a su señor y protector; Antipatro, soldado sin escrúpulos; Clito, antiguo amigo de Alejandro, ahora descontento y con veleidades de rebelión, que acaba asesinado por el rey, a quien provoca.
Solitario y único merecedor de admiración permanece Calano, filósofo indio, que se libra con el suicidio de la tiranía de los macedonios; y este suicidio, así como el retiro de Gobria (en El Uno), ha de ser considerado, según Alfieri, como una lección para los individuos libres que quieren, ante los Alejandros y los Demóstenes, los Gracos y los Daríos, conservar su propia dignidad. Una conclusión menos pesimista y casi una corrección a negaciones tan desesperadas, la quisiera dar El Antídoto, donde evocadas por el mago Mischach aparecen las sombras de Darío, de Cayo Graco y de Demóstenes, para revelar a los hombres los males de los regímenes de los que son representantes: por obra del buen mago, que se opone a las artes sutiles del mago Pillador, se reconcilian Pigliatutto (el príncipe absoluto), con los Pigliapoco (los nobles) y los Guastatutto (la plebe), y puede efectuarse felizmente el parto de la reina que da a luz a una niña hermosísima, inmediatamente dotada de palabra y sentido, destinada a traer a la tierra la verdadera y segura libertad. Pero la alegoría resulta abstrusa y fatigosa, y toda la comedia, que se desarrolla en un ambiente fabuloso, elegido por la inteligencia sin intervención de la fantasía, resulta fría y carente de vida.
M. Fubini
No sólo no tiene el sentido de la armonía, sino que carece de oído, y la prueba es que daña el tímpano con las disonancias más insoportables. (A. W. Schlegel)
…trágico, más por el vigor obstinado de la voluntad que por la fuerza de la inspiración espontánea. (Mazzini)
Pocos poetas se exaltan tanto discurriendo sobre ellos mismos como este singular conde republicano y aristocrático tribuno que, solo, se lanzó contra todo y contra todos, contra la plebe blasonada y contra los tiranos en harapos; hizo que la Italia soñolienta y asustada se llevase las manos a la cabeza, la sacudió y lanzó a la reconquista de su libertad y de su regeneración moral y política. (Scherillo)