Testamento del Arte Químico Universal, Ramón Llull

[Testamentum duobus libris universam artem chymicam complectens, antehac nunquam excussum: item ejusdem compendium animae transmutationis artis metallorum]. Obra del escritor y filósofo ca­talán Ramón Llull (1235 ó 36-1315) impre­sa en Colonia en 1566.

Es también cono­cida con el simple nombre de Testamen­tum. De las varias obras de Llull es quizás la que contiene la parte más importante de las doctrinas alquimistas de su tiempo y las teorías de alquimia y farmacología del autor. El significado de estas teorías, como ocurre en todos los autores de alquimia, es muy oscuro. Las normas que sugiere para ennoblecer los metales y realizar la «Gran Obra», esto es, su conversión en oro, están veladas por un profundo misticismo. En esta misma obra es donde Llull enseña a pre­parar la «quintaesencia». Esta palabra está reservada por los alquimistas a un elemento milagroso que ha de unirse a los antiguos cuatro elementos de los naturalistas griegos. La quintaesencia de Llull no es más que el espíritu de vino o alcohol etílico, cuyas vir­tudes son exaltadas en todos los tonos.

Esta obra, si bien no presenta caracteres tales como para tener que atribuirle un valor par­ticular en el desenvolvimiento de la ciencia, se puede situar no obstante entre las más significativas e importantes de las obras medievales de alquimia. Otro tanto puede decirse de las otras obras de Llull (Experi­menta, Codicillus seu vademecum testamen­tum novissimum, Praxis universalis, Theoria et practica, Clavicula et apertorium, etc.), en que se recogen todas las teorías alquimis­tas de los árabes y del Occidente, todos los complicados procedimientos de trabajo a que los iniciados en la «Gran Obra» acudían en sus laboratorios, donde lo místico y lo macabro, lo mágico, lo religioso y lo arcano se encontraban en sus formularios, en los objetos, en las alambicadas anotaciones y en la fecunda y ardorosa mente de aquellos investigadores que respecto al hombre de ciencia moderno son lo que la humanidad que habitaba la caverna es al hombre civi­lizado de hoy.

O. Bertoli