[Teórica del sovranaturale o sia Discorso sulle convenienze della réligione rivelata colla mente umana e col progresso civile delle nazioni].
Obra de Vincenzo Gioberti (1801-1852), publicada por vez primera en Bruselas en 1837. La segunda edición de 1850, en dos volúmenes, está aumentada con un largo discurso preliminar polémico, que ocupa todo el primer volumen. Partiendo de la premisa de que todo concepto espontáneo de la mente humana representa algo real, Gioberti demuestra «a priori» la existencia de lo sobrenatural, demostrando también que su idea existe, necesaria e inevitablemente, en lo más íntimo de nuestro espíritu. El conocimiento de cualquier objeto contingente significa un «dualismo», es decir, la referencia a algo necesario; el mundo natural, o de las existencias, siendo «sucesión armónica» de causas y efectos, que se desarrollan en el tiempo, presupone una inteligencia creadora que tiene una intención final.
Lo sobrenatural preside también el mismo curso de la civilización, ya que las facultades mentales del hombre, mediante las cuales conocemos los objetos sensibles (sensibilidad), los inteligibles (inteligencia), y «creemos» en la realidad de las esencias desconocidas (superinteligencia), no son suficientes para darnos con claridad y certidumbre el conocimiento de nuestras obligaciones morales, y es preciso, por tanto, que la revelación «añada a las verdades racionales esos verdaderos sobreinteligibles, que se buscan para completar aquéllas», como la noticia de los deberes para con Dios y los hombres, el concepto de la pena ultramundana y el de la expiación terrenal. Por tanto, hemos de afirmar lógicamente que la «creación y la renovación final por un lado; la revelación primitiva y la vida futura, por el otro, empiezan y concluyen de una manera sobrenatural la historia del mundo y la del género humano». Pero la «prueba» efectiva de la existencia de lo sobrenatural estriba, según el autor, en la continua y perfecta correspondencia entre religión y civilización.
Lo sobrenatural, prosigue Gioberti, lo efectúa y cumple el Cristianismo, mejor dicho, es el mismo Cristianismo el que renueva enteramente la revelación primitiva; remedia la culpa originaria; lleva a efecto en la tierra tres hechos sobrenaturales que producen el culto religioso: la gracia divina, los sacramentos y el sacrificio, y es una sociedad provista de leyes y ornamentos propios instituida para la conservación del depósito revelado y la realización de la unión de los hombres con Dios. Por lo que se refiere a las relaciones entre esta sociedad religiosa y el Estado, Gioberti opina que la idea católica se efectúa sólo en la coexistencia de una «sociedad espiritual, independiente, la Iglesia, al lado de la temporal», sin depender ésta de aquélla o viceversa, sino habiendo armonía entre los dos órdenes, de manera que civilización y fe se ayuden recíprocamente, sin mezclarse, para conseguir sus fines, todas las disciplinas humanas conformándose «espontáneamente» con la religión.
El Cristianismo es, por fin, causa e instrumento de la civilización moderna, ya que solamente él da con absoluta certidumbre la verdad central de ésta: la perfecta igualdad y hermandad de los hombres, «tanto de los individuos como de las varias especies que constituyen el género humano», principio que no se puede establecer suficiente y sólidamente con sólo los datos naturales; se deduce de ello que la religión cristiana es absolutamente necesaria para el perfeccionamiento civil. Y también es cierto lo contrario, tanto porque el desarrollo de la cultura humana hace posible el avance de la ciencia teológica como porque la parte mudable de la religión — las reglas disciplinarias — puede caer en abusos que son señalados y corregidos por los progresos civiles, generadores de un «refinamiento de sentido o moral» cada vez mayor. La civilización católica, es decir universal, se realizará al principio como unidad europea, y antes aún como italiana, y la realización de ésta será precisamente obra de la religión, no sólo porque fortalece siempre el genio nacional de los pueblos, aunque reforzando sus vínculos recíprocos, sino también porque Italia, como sede del Papado, «parece destinada por la Providencia a ser la metrópoli religiosa del mundo».
El nuevo movimiento de reafirmación del genio nacional italiano, que es por propia esencia síntesis efe civilización humana y religión, le parece como ya iniciado por un «hombre extraordinario», cuya obra maestra expresa de una manera admirable precisamente tal síntesis. Aludiendo de este modo a Manzoni, al que dedica páginas emocionadas, Gioberti concluye esta obra en la que se observan los motivos iniciales de las concepciones filosóficas y políticas que desarrollará más tarde en la Introducción al estudio de la filosofía (v.) y en la Primacía (v.).
E. Codignola