Teatro de Renart

La producción tea­tral del arquitecto Francesc Renart i Arús (1783-1852) constituye — junto con la de Josep Robreño (v. Teatro de Robreño) — el ini­cio del renacimiento del teatro catalán, co­menzado en los primeros años del siglo XIX. En sus obras Renart usó la lengua catalana, no como Robreño para que fuesen más com­prendidas consiguiendo con ello mayor efi­cacia en su objeto, sino movido por el innato amor al idioma de sus antepasados al que quería rendir un tributo de adoración.

Due­ño de una vasta cultura, Renart se inspira en personajes y costumbres peculiares de su país, descritos en lenguaje familiar. El teatro fue una obsesión para Renart e hizo todo lo posible para satisfacer sus aficiones. En los sainetes Titó i Donya Paca y La casa de dispeses se caricaturizan los personajes que posteriormente serán el sujeto ridículo de la comedia catalana. En ellas el autor se complace en apuntar la incompatibilidad de caracteres entre catalanes y castellanos, de la que no hay traza en los sainetes de Josep «Robreño. La casa de dispeses [La casa de huéspedes] es la mejor obra de Renart, muy entretenida y abundante en lances gracio­sísimos. Titó i Donya Paca o el viatge de la Fortuna [Titó y Doña Paca o el viaje de la Fortuna] es una obra de carácter alegó­rico popular susceptible de mayor desarrollo. El regrés després del cólera [El regreso des­pués del cólera] destaca por el predominio del buen humor como comentario de con­suelo a la epidemia que tantos estragos hizo en la ciudad. Caló i Teresa o el pintador i la criada es un retrato ameno de tipos populares. La Laieta de Sant Just [La Layeta de San Justo] sobresale por las notas de un sabor pintoresco muy bien observado.

En las postrimerías de su vida, Renart es­cribió la pieza Don Manolito o Paco i Vi­centa, dedicada al actor García Parreño, quien en 1849 la representó en el teatro de Santa Cruz, y La festa del poblé [La fiesta del pueblo], obra popular y alegórica para ser representada en los teatros Principal y Liceo, en el mes de febrero de 1852, con ocasión del natalicio de la princesa María Isabel. El estilo de Renart es correcto, cui­dado y el diálogo fluye a veces con cierta elegancia. La trama escénica pretende ser ya más complicada, aunque el resultado no corresponda siempre a los propósitos del autor. Renart no era un conocedor experto de los recursos teatrales como lo era Ro­breño; de ahí que la acción muchas veces languidezca sobre todo en el desenlace de las obras. Los personajes, en general, están trazados con acierto y fidelidad a su vigor étnico. Renart, como Robreño, no se mueve de los horizontes de la vieja Barcelona. Los dos consiguieron elevar el idioma catalán a la escena.