Entre los dramas que escribió el gran autor norteamericano Eugene Gladstone O’Neill (1888-1953), debemos consignar Anna Christie, El deseo bajo los olmos (v.), El emperador Jones (v.), Extraño intermedio (v.), Electra (v.), La última esperanza, La ecuación personal, Sed, Rumbo a Cardiff, La luna de los Caribes y otras seis piezas sobre el mar, Antes del desayuno, Oro, Más allá del horizonte, Distinto, El mono velludo, La fuente, El primer hombre, Ligados, Todos los hijos de Dios tienen alas, Los millones de Marco Polo, El gran Dios Brown, Lázaro reía, Dinamo, ¡Ah Soledad!, Días sin fin, Viene el hielero y Una luna para el bastardo.
O’Neill ha sido el creador del teatro norteamericano moderno y además el mejor intérprete de la vida de este país. La profundidad y la grandeza de su creación se unen a la habilidad y a la innovación. No sólo ha dado a la escena grandes caracteres y personajes perfectamente definidos, sino que ha cantado además los problemas actuales, el clima, el paisaje, la tierra de estos hombres. Como en el caso de Shakespeare y de otros grandes dramaturgos, produce la impresión de que su teatro no tiene límites, que es de una grandeza inaprensible y de una hondura de interpretación que no encontraríamos en ningún otro dramaturgo contemporáneo. A la plasmación de caracteres y de ambientes ayudan los recursos técnicos que O’Neill ha sabido encontrar. Su teatro ha tocado casi todos los géneros y tonos; por las tablas desfilan hombres empujados por la soledad, angustiados por el problema de su personalidad o dominados por sus pasiones.
En O’Neill todo es grande y el juego de intereses y pasiones adquiere inmediatamente un valor de universalidad que trasciende al plano metafísico. Su primera obra teatral fue escrita en el sanatorio de Gaylord, donde fue internado en 1912 a causa de una lesión pulmonar: La última esperanza. A continuación siguieron las siguientes obras: Sed, La ecuacióm personal, Rumbo a Cardiff, La luna de los Caribes y otras seis piezas sobre sobre el mar (estrenadas entre 1915 y 1918), Antes del desayuno (1916), Oro (1920) y algunas otras. A pesar de que constituyen la primera etapa de su producción, notamos en todas ellas, por encima de balbuceos y de imperfecciones, una predilección por los grandes temas: la fatalidad de la vida de los marineros en La luna de los Caribes y otras seis piezas sobre el mar; el peso de la muerte sobre Esteban Murray y Elena Carmody en La última esperanza; la tragedia del artista Alfred Rowland que va surgiendo de labios de su mujer en Antes del desayuno; el hombre que vive sólo para sus sueños en Oro.
La etapa de plenitud de su teatro se inicia con Más allá del horizonte (1919), que mereció a su autor el premio Pulitzer. Un año después, en 1920, aparece Distinto, narración del proceso psicológico de una solterona, Erna Crosby, la mujer que cree en el hombre ideal, «distinto» de los demás, y que rompe con su novio Calb al saber que ha tenido relaciones sexuales con otra mujer. Pero la pasión reprimida de Erna estalla violentamente años después por un ser mediocre y más joven que ella; comprende entonces que no se puede ser «distinto» y se suicida. En El mono velludo (1921) se nos presenta la reacción del hombre que de pronto toma conciencia de su condición: Yank es un hombre elemental, física y moralmente; toda su vida está en el departamento de máquinas de un buque donde presta sus servicios como maquinista. Mildred Douglas, una millonaria, se horroriza de su aspecto; el desprecio de esta mujer le hace pensar por primera vez; se siente entonces alejado de todos los hombres. La distancia entre Yank y los demás aparece acentuada con el procedimiento de las máscaras: así resuelve técnicamente O’Neill el problema de la incomunicabilidad de los espíritus.
Frente a Yank, el mono del Zoo — que se parece a él, por lo primario — es feliz, pues no piensa, y Yank acaba arrojándose a los brazos del monstruo y suicidándose. Temas no menos profundos presentan La fuente y El primer hombre (ambas de 1921): la primera se refiere también al problema de la personalidad y la segunda a la calumnia que pone frente a frente, en sus intereses y recelos, a un honrado matrimonio. La tragedia del amor y del odio aparece en Ligados (1923). El afán de superación y de evasión y la renuncia final en el drama del negro Jim Harris y de la blanca Ella Dowey, en la obra Todos los hijos de Dios tienen alas (1923). En Los millones de Marco Polo (1923- 1925) ha querido representar O’Neill al hombre práctico americano, absolutamente mediocre y materialista, negador sistemático, en su conducta, de todo lo que sean valores del espíritu. El gran Dios Brown (1925) es uno de las grandes hitos del teatro de O’Neill y del teatro universal.
En este drama nos presenta el binomio Dion Anthony-Billy Brown, el primero el hombre excepcional favorecido por la vida, con talento para la creación, pero abúlico y fracasado; el segundo el hombre mediocre, el hombre de éxito, que se aprovecha del primero y va absorbiendo lentamente su personalidad: primero el negocio que era del padre de Dior; después, gracias a los proyectos de éste, la empresa constructora de Billy cobra gran fama; finalmente, cuando Anthony ha muerto, Billy suplanta su personalidad junto a Margarita, la esposa de Dion Anthony, de quien él había estado siempre enamorado y por quien había sido rechazado. La obra trata directamente el problema de la personalidad, de la imposibilidad del conocimiento íntimo de los seres. Y para esto, como en otras obras, el autor recurre al artificio de las máscaras, como en El mono velludo y en Extraño intermedio (v.). Dion Anthony se coloca la máscara desde el principio, cuando se da cuenta de que Margarita no puede comprender su auténtica personalidad; Billy Brown se la coloca cuando empieza a sufrir.
En el fondo quizás Dion Anthony y Billy Brown sean una misma persona, o mejor dicho, dos elementos o principios de la personalidad. Por esto cuando Billy Brown suplanta a Anthony y la policía le hiere y muere, Sibilia dice que ya no es ni Dion ni Billy, sino el Hombre. Así da a entender O’Neill que nuestra personalidad se compone de elementos dispares, contradictorios a veces, de absorciones o aprovechamientos de la personalidad de otros. Los críticos han hablado, con motivo de esta obra, de su semejanza con el Hamlet. Lázaro reía (1925-1926) es una obra profundamente optimista, mezcla de paganismo y de cristianismo. Lázaro es el negador de la muerte: ha sufrido su experiencia y ha conocido que la muerte no existe; por esto invita a les hombres a reír, a que no teman la muerte: «La muerte no existe — dice —. Hay que reír. Es posible reír porque la muerte no existe». Dinamo (1929) es la apología de una nueva religión representada en ese aparato generador de energía, al que Rubén Light rinde culto y al que se sacrifica junto con su amada.
Dinamo, junto con Días sin fin (1934) (drama del hombre John Loving que se desglosa en dos: John y Loving, que representan los dos principios constitutivos de la persona, el bien y el mal, y que se salva volviendo a Dios) y No puede ser locura (obra teatral que O’Neill no llegó a escribir nunca), debían formar una gran trilogía. ¡Ah soledad! (1933) nos presenta el despertar sexual del adolescente. Las dos últimas obras de O’Neill — aparte lo que quedó inconcluso o sólo esbozado — son Viene el hielero y Una luna para el bastardo, ambas de contenido simbólico y metafísico.