Gabriel Fauré (1845-1924) simboliza el genio francés con su reserva púdica y su arte alusivo, a menudo mucho más evocador y eficaz que las grandes expansiones líricas. La música de cámara fue la forma de expresión favorita de Gabriel Fauré. Su Sonata en «la mayor» fue su primera obra maestra, en la que supo aclimatar la alegría tan triste y tan profunda de que habla Musset y las calmas voluptuosas cantadas por Baudelaire. Está dividida en cuatro partes. El «Allegro» inicial está construido sobre un tema cálido, casi apasionado, cuyo desarrollo aviva la llama e incluso la vehemencia. Es preciso subrayar los encadenamientos armónicos, esa serie de acordes cuya audacia sorprendió al público de 1876, pero que teje un lienzo de colores tornasolados y dulces. El «Scherzo», pleno de gracia y de humor, ha quedado como ejemplo único de ligereza espontánea en la obra de Fauré. Alegría ensombrecida un instante por un trío melancólico. Sigue a continuación el «Andante», verdadero «Minuetto» cuya temblorosa serenidad es muy pronto rasgada como un velo que se alza movido por el viento. Un llanto de acentos dramáticos apenas esbozados evoca un mundo de angustia y de nostalgia.
El «Final», brillante, con ritmos sincopados, hace aparecer, transfigurado por una sabia aclaración armónica, el tema central del primer fragmento. Un último tema, viril, nervioso, proporciona a la obra una vigorosa conclusión. Esta sonata fue ejecutada en primera audición el 5 de julio de 1878 en los conciertos del Trocadero. La Sonata n.° 2, en «mi mayor», de Fauré data de 1917. Contemporánea de Penélope (v.), se encuentra en ella esa pureza, ese rigor arquitectónico bañado en la cálida luz de la antigua Hélade, que el autor había descubierto en Delfos en un himno a Apolo que se remontaba al siglo II a. de C. En el primer «Allegro» se oponen dos temas, uno rítmico, melódico el otro, pero uno y otro de una gravedad y severidad sorprendentes en Fauré. El tema del «Andante» está tomado de la Sinfonía en «re», que fue ejecutada en los Conciertos de Colonia en 1885 y^ cuyo manuscrito fue posteriormente destruido. Las modulaciones constantemente huidizas e inestables crean un tornasolado de colores. El final, «Allegro», opone también dos temas, a lo largo de los cuales se deja sentir el recuerdo de la Bonne Chanson. Está tratado siguiendo las más estrictas reglas del contrapunto, y se remonta de un solo impulso a las más altas cimas de la alegría.