Composición para piano, de Ludwig van Beethoven (1770- 1827), última de las treinta y dos Sonatas (v.). Escrita en 1822, consta de dos únicos tiempos y, sobre todo, en el primero («Allegro con brio appassionato») dentro del esquema general de la forma-sonata, manifiesta el carácter de extrema libertad estilística propio de la última manera de Beethoven. El primer tema desenfrenado, rudo y anguloso, supera enormemente en importancia al segundo que apenas si es una momentánea distensión elegiaca, una efímera aclaración en el amontonamiento tempestuoso de modulaciones del tema principal, fugado que imprime a toda la pieza un carácter eminentemente contrapuntístico. Así, después de la breve exposición del segundo tema, el primero vuelve a predominar: sus tres notas negras características resuenan modulando unas veces en el bajo y otras en la región aguda, mientras la otra mano teje un adorno impetuoso de semicorcheas. El segundo tiempo («Adagio molto semplice e cantabile») ofrece un tema con cinco variaciones, y lleva el título, bastante enigmático, de «Arietta».
Esto expresa plenamente la más absoluta libertad formal y el trascendental misticismo que caracterizan las últimas producciones de Beethoven. La tonalidad de «do mayor», simple, clara y serena, interviene después del dramatismo del «do menor» como signo de la paz lograda, de la elevación sobre el tumulto de las pasiones, en un reino de sobrehumana beatitud. En la segunda mitad del tema, que se modula en breves compases en «la menor», parece, por un instante, que se advierte un eco del «Allegretto» de la Sinfonía N.° 7 (v.), primer ejemplo de estas inspiraciones enigmáticas y celestiales. El arte de la variación es llevado aquí a una altura increíble. Tanto la singularidad. rítmica como la novedad de la escritura pianística son un claro anticipo del estilo fantástico del mejor Schumann; y se mantuvieron incomprendidas durante mucho tiempo: todavía en 1852, un fanático beethoveniano, como W. Lenz, al referirse a esta «Arietta» hablaba de «intenciones humorísticas» y de «locura del genio», si bien admitía que un día se llegaría a comprender su^ valor. Los resultados de esta composición serán recogidos por la escuela pianística del Romanticismo y transmitidos a los modernos, que reconocen en estas últimas obras de Beethoven la primera fuente de los efectos mágicos que la actual técnica del piano sabe arrancar del teclado.
Mientras el interés de las tres primeras variaciones es predominantemente rítmico y temático, el de la cuarta y la quinta radica en una continua cantera de increíbles efectos sonoros, que van de la resonante y amplificada vibración de sombríos acordes, pasando sobre la interrumpida algazara de los bajos, al perlado y etéreo desgranarse de un rosario de fusas, en grupos de 27 por compás: es como la liberación del alma sobre un vértigo de encantadora trascendencia. Luego, hacia la terminación de las variaciones cuarta y quinta, el efecto aparecido en la Sonata op. 53 (v. La Aurora) y usado repetidamente en los Conciertos para piano, se convierte en un coeficiente estilístico de la llamada tercera manera: el trino múltiple y prolongado que parece encender los sonidos con un velo ideal y de incandescente transparencia, a través de cuyo trémolo se muestra mágicamente el tema en largas notas sostenidas.
M. Mila
De todas las imágenes a que se -puede recurrir para intentar dar una idea de lo inexpresable, tal vez la de un cielo estrellado y la calma de una noche de verano es posiblemente la menos lejana de las impresiones que dejan algunos «adagios» de Beethoven, y en particular el de la Sonata op. 111, cuya originalidad nos parece única… No persigue efectos descriptivos ni recurre a particulares recursos técnicos; el tema que trata tiene el sencillo título de «arietta molto semplice e cantabile»; y, sin embargo, gracias al mágico poder de la melodía y del ritmo, se eleva a una incomparable poesía. (Combarieu)