[Solitud]. Novela de la escritora catalana Víctor Catalá (pseudónimo de Caterina Albert i Paradís (1873-1966), publicada en 1905. Su tema es la lucha espiritual de Mila, la protagonista, en medio de la soledad de la montaña, soledad no sólo física sino también moral, que va precipitando gradualmente la acción hacia la tragedia. Víctor Catalá parte de un cierto naturalismo que la conduce siempre a hacer resaltar los aspectos trágicos de la vida, como aparece claramente en sus Dramas rurales (v.). A la vez, su obra debe vincularse a la tradición de la novela catalana de tema rural.
Sin embargo, en Solitud sabe superar por una parte el canon realista hasta ofrecernos una obra de alto valor simbólico y poético que comunica extraordinaria grandeza y magnitud a la tragedia; por otra parte, Víctor Catalá, como Vayreda y Caselles, supera, trascendiéndole y elevándole a alta creación literaria, el tópico, del tema rural, hasta convertir su obra no sólo en suprema representación del género, sino además en una de las mejores novelas de la literatura catalana actual. Mila y su esposo Maties llegan a la ermita de Sant Pong [San Pon- cio], perdida entre montañas, para vivir allí y ejercer el oficio de ermitaños. Les reciben el pastor Gaietá y Baldiret. La presencia del Pastor y su figura infunden optimismo y confianza en el ánimo de Mila. La autora, entretanto, nos ha ido describiendo el paisaje, el interior de la casa, con estilo vivo y extraordinaria precisión, a fin de comunicarnos una plena sensación del ambiente. El Pastor muestra a Mila el maravilloso paisaje que se puede contemplar’ desde la ermita, le dice los nombres que él da a las montañas y cerros, las leyendas de aquellos parajes, y le va comunicando su maravilloso sentido de la naturaleza, a la vez que ella va penetrando en la nitidez y claridad del alma del Pastor. Un nuevo personaje se introduce de pronto en la acción, L’Ánima [El Ánima], que pasa como una sombra, como un preludio de la tragedia: «Guardaos de este hombre, ermitaña — le advierte el Pastor —; es la cosa más ruin de la montaña» (capítulos I-III). Tras efectuar la limpieza de la ermita, lo que da ocasión a la autora para describirnos la capilla, la imagen del santo, los exvotos, etc., Mila se va adaptando a la vida del lugar, llevada por las bellas historias de aquel paraje que le va contando el Pastor. Su marido, entretanto, convertido en secuaz de L’Ánima, sigue a éste en sus correrías y aventuras (Caps. IV-VI).
La primavera de la montaña penetra en el alma de Mila y ella siente la vibración de su cuerpo, el hondo latido de su sangre: en una ocasión L’Ánima la espía mientras duerme ella su siesta en el campo; Arnau, el heredero del «mas de Sant Pong», la mira lujuriosamente. Sólo su marido, perfecto tipo de indiferenciado’ sexual, no la mira «porque no tenía mirada de ninguna clase… en él reinaba la paz; la paz de la bestia, pero bestia anormal» (Cap. VII). Llega la fiesta de las rosas, el patronaje de la ermita, la romería, la alegría y el esplendor del verano (Caps. VIII-X). El otoño ciñe aún más con su soledad la vida de Mila. Su marido se pasa la mayor parte de los días en el pueblo cercano, acompañando a L’Ánima en sus fechorías y contrayendo deudas por doquier. La sobrecoge lo que el Pastor llama «mal de montaña». Antes de abandonar la ermita para llevar a invernar el ganado, el Pastor lleva a Mila hasta el Cimalt para mostrarle toda la comarca y la vista maravillosa de aquellos parajes. La penetración psicológica de la autora llega aquí a su punto más alto al narrarnos la reacción interior de la protagonista hacia aquel hombre que la atrae con irresistible fuerza. La ilusión de que él la ama queda desvanecida al saber su edad: sesenta y cuatro años («¡He ahí su templanza!», exclama) (Caps. XI-XIV). L’Ánima, con sus insinuaciones, fomenta las sospechas que tiene la gente de los campos sobre las relaciones de Mila y el Pastor. Una tarde de tempestad, hallándose sola en la ermita, siente tañer una misteriosa esquila, anuncio, según una leyenda que le había contado el Pastor, de la muerte de un ser próximo. A la mañana siguiente, el Pastor es hallado muerto, despeñado desde un paso difícil de la montaña. Las sospechas aumentan: el Pastor no dejó ninguno de sus ahorros en la casa donde trabajaba; en cambio Maties ha pagado las deudas contraídas en el pueblo (Caps. XV-XVI).
Una tarde vuelve ella a la ermita, dejando a su esposo en el pueblo. Al llegar, la asalta de improviso L’Ánima y la viola. Ya casi al alba, vuelve Maties y encuentra a Mila en el patio. Ella, con trágica serení-, dad se lo cuenta todo, y abandona el lugar, sola, sin él, «porque las filtraciones de la soledad habían cristalizado amargamente en su destino» (Caps. XVII-XVIII). Nos hemos detenido un poco a considerar el contenido de los capítulos porque cada uno de ellos constituye, dentro de la estructura de la novela, una unidad perfecta e insustituible. La obra progresa continuamente hacia un valor simbólico, de lo que es agente el espíritu del Pastor, que va creando el sueño, la leyenda de la montaña. Ésta va imponiendo su presencia, convirtiéndose en el principal protagonista, a través de la sensibilidad de Mila y del Pastor. La visión supremamente poética de la naturaleza contrasta con la tragedia que late en el fondo de las almas de los personajes y este contraste tiene su correlato en la diferencia espiritual entre Mila y su esposo y en la oposición y odio entre el Pastor y L’Ánima, encarnación éste del hado y del destino trágico. El análisis de las reacciones psicológicas de Mila (el enamoramiento del Pastor, su aborrecimiento por VIII) Maties, su afecto maternal por Baldiret, etc.) es una gran lección de psicología y está narrado con gran precisión. El dialecto que habla el Pastor, inventado por la autora, contribuye maravillosamente a caracterizarle. Trad. castellana de Francisco Javier Garriga (Barcelona, 1907).
A. Comas