[Systéme de politique positive]. Obra de economía de Isidore-Auguste-Marie-François- Xavier Comte (1798-1857), inserto en 1822 por Henri de Saint-Simon como tercer cuaderno en su Catecismo de los industriales (v.). Su título exacto es Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad [Plan des travaux scientifiques pour réorganiser la société], pero es conocido con el primer título desde la edición de 1824, con la que el joven Comte quiso distinguir netamente su pensamiento del de su maestro. Su importancia es precisamente polémica, ya que marca la separación entre el sistema de Comte y el de Saint-Simon, y aun cuando la nueva teoría de «política positiva» esté expresada en una forma a menudo oscura y paradójica, la obra distingue dos escuelas económicas que debían tener una gran influencia en la formación política y filosófica de la Francia ochocentista. Comte examina la historia de la humanidad, desde los orígenes hasta su tiempo, y siguiendo las huellas de Hegel la divide en varias épocas: teológica, metafísica y positiva..
Al principio, el género humano cree ciegamente en los dioses, en la obra de un Dios personal y en su influencia sobre los acontecimientos; luego elabora sus condiciones en filosofías propiamente dichas, pero siempre situando el conocimiento más allá de la experiencia común; por fin llega a la clara formulación de algunas leyes positivas, vinculadas al estudio de los fenómenos accesibles a la experiencia. Con la nueva edad, que es la moderna, desaparecen las incertidumbres y fantasías de las edades anteriores; si en todas las ciencias se dejan de lado, como perfectamente inútiles, las indagaciones sobre las causas y efectos (por ejemplo, sobre la creación del mundo y la finalidad del universo), éstas han de subsistir en política. El hombre debe dominar los fenómenos, conociendo sus leyes; al igual que el físico ya no piensa en la finalidad de la caída de los cuerpos o de la ebullición, sino que estudia con precisión las leyes de la Naturaleza, sin buscar la verdad más allá de la misma. De este modo, aparte los prejuicios religiosos y morales transmitidos por los siglos anteriores, hay que establecer las leyes de la política, ni más ni menos que como se está haciendo, con continuos perfeccionamientos, por la astronomía, la química y las demás ciencias. Hace falta un nuevo y más completo interés para los fenómenos de la sociedad moderna; la Revolución Francesa abrió un enorme campo de indagaciones. La política metafísica, que fue útil contra el sistema teologicofeudal, debe ahora ser abandonada; la libertad de conciencia y la soberanía del pueblo son mitos que ya no sirven. (Estas alusiones explicarán el escepticismo político de Comte, y en particular su actitud de devoción a Napoleón III deplorada por sus mejores discípulos). La actividad social de la nueva política debe ahora adecuarse al antiguo sistema de las guerras entre los pueblos, o a la acción de la naturaleza de modificar el mundo en favor del hombre, o al aumento racional de la producción en el interés común. Este último es el principio positivista. Por tanto, hay que organizar la producción en sus varios sectores, desde los industriales a los comerciantes. Esta actitud técnica de la organización del trabajo fue combatida por Saint-Simon, que en una advertencia hizo notar que su discípulo se había atenido estrictamente a su tema sin desarrollar sus principios morales y religiosos; por ello corrigió sus afirmaciones en el cuarto cuaderno del mencionado Catecismo de los industriales. Por su parte, Comte publicó nuevamente el ensayo en el cuarto volumen de su Política positiva, reivindicando el interés y la originalidad del nuevo sistema.
C. Cordié