Sinfonías de Mahler

Las composicio­nes de este género del músico bohemio Gustav Mahler (1860-1911) son nueve: la primera, en «re mayor», compuesta en 1884- 1888; la segunda, en «do menor», en 1894; la tercera, en «re menor», en 1896; la cuar­ta, en «sol mayor», en 1899-1900; la quinta, en «do sostenido menor», en 1901-1902; la sexta, en «la menor», en 1903-1904; la sép­tima, en «si menor», en 1904-1905; la octa­va, en «mi bemol mayor», en 1906-1907; la novena, en «re mayor», en 1908-1909. Mah­ler dejó también unos esbozos para una dé­cima sinfonía que, elaborada y completada por Franz Mikorey, fue estrenada en 1913 con el título de Sinfonía engadina. Entre las nueve sinfonías realizadas, hay tres con coros: la segunda, la tercera y la octava; una, la cuarta, con soprano solo. Las otras son puramente instrumentales; pero a veces tienen nexos evidentes con los lieder del mismo Mahler.

Así, la primera sinfonía está en gran parte entretejida sobre moti­vos de los «Lieder eines fahrenden Gesellen»; en la segunda, entre los cuatro tiem­pos tradicionales se inserta el lied «Urlicht»; y la cuarta tiene como final el lied «Freuden des himmlischen Leben». Ello confiere a las sinfonías un carácter especial un poco híbrido, no tanto por la confusión de los géneros como por la naturaleza mis­ma de la musicalidad de Mahler, poco apta para componer las diversas tendencias ex­presivas en una forma pura y orgánica. Así, a veces, la melodía, sea o no derivada de motivos liederísticos, ofrece en su pseudosetecentismo un movimiento de «canzonetta», que deja al descubierto los vínculos indudables de este músico (como de otros de su tiempo e incluso de hoy, sin excluir al propio Richard Strauss, aunque se eleve a un nivel más alto) con las florituras operetísticas de sello vienés, vínculo que la elaboración sinfónica y la aspiración a es­feras superiores no consiguen velar. Esto se ve especialmente en la IV sinfonía, que algunos consideran la mejor. Existen asi­mismo elementos humorísticos y otros pa­ródicos (I sinfonía), trágicos (marcha fú­nebre como primer tiempo de la II sinfo­nía) y religiosos (elaboraciones de melodía gregoriana en la VIII sinfonía), aparte de diversos tiempos en forma de marchas, se­renatas, etc., a la manera de lo que los alemanes llaman «Nachtmusik» (Música noc­turna), que, si bien dan al mundo sinfónico mahleriano un atractivo nada común, au­mentan, en cambio, su carácter híbrido. Me­jor todavía que de hibridismo se podría hablar de gusto decadente, de inspiración farragosa, sin olvidar por ello sus momen­tos felices.

La III y la VIII sinfonías, que hemos citado como esencialmente vocales, ofrecen proporciones bastante amplias, in­sólitas en su género. Ambas constan de una parte instrumental, desenvuelta de acuerdo con los esquemas exteriores de la sinfonía tradicional, y una parte instrumen­tal-vocal, que es la predominante. En la V, la parte vocal comprende el «Trunkenes Lied», para voz de contralto, sobre el texto de Nietzsche, y el «Gesang der Engel», para contralto y coro de niños. En la VIII la parte vocal se ajusta al texto de la escena final del Fausto (v.) de Goethe. En el final de la VI, sobre un texto medieval anónimo, «Des Knaben Wunderhorn», Mahler encuen­tra posiblemente en el empleo de las voces sus momentos mejores, momentos de miste­riosa dulzura que revelan una sensibilidad más íntima de la que de ordinario mani­fiesta, si bien no ha sabido subordinar a la misma los diversos aspectos de su tempe­ramento exuberante e indisciplinado, que se vale de una técnica contrapuntística des­envuelta, pero también farragosa y desviada de las puras tradiciones alemanas. En la orquestación se aprecian contrastes singu­lares, tendiendo unas veces a la sonoridad de masas enormes y otras casi a la simpli­cidad de la orquesta de cámara; como tam­bién se aprecian en la armonía, turbia e inquieta, pero escasa de cromatismos y en­tretejida sobre un fondo de melodismo, con frecuencia elemental.

F. Fano

Obras de dimensiones enormes, de técnica potente, de imaginación desenfrenada. (Combarieu)