Sadko, Rimsky-Korsakov

Poema sinfónico, op. 5, de Rimsky-Korsakov (Nikolaj Andreevic Rimskij- Korsakov, 1844-1908). Escrito en 1867 y re­visado en 1891, constituye el primer «poe­ma sinfónico» de la historia de la música rusa. En 1895 el autor volvió a trabajar su partitura juvenil, y la transformó en una ópera en siete cuadros, estrenada en Moscú en 1897.

El asunto fue sugerido a Rimsky por Musorgskij, que había abandonado la idea de ponerlo en música él. La leyenda de Sadko es una «bilina», o sea, un canto épico del Ciclo de Novgorod, el tercero de los cinco ciclos de antiguas leyendas po­pulares rusas recitadas por los «skomorohi» (ministriles – compositores). Sadko, cantor que vivió en el siglo IX, llamado el «rui­señor de Novgorod», un día, mientras canta a las orillas del lago limen, ve surgir de las olas a Vólkova, la encantadora hija del rey del mar, que le promete que encontra­rá en su red tres peces de oro: con ellos él ganará una apuesta que hará con los mercaderes de Novgorod, apostando «su ca­beza temeraria» contra las riquezas de ellos. Ganada la apuesta, Sadko tendrá que embarcarse para un largo viaje por los mares y pasados doce años de navegación vol­verá a encontrar a Vólkova, que será suya. Embriagado por el espejismo de la prodi­giosa aventura, Sadko, olvidando a su dulce esposa Liúbava, zarpa hacia lo desconocido.

Y he aquí que un día, transcurrido el pla­zo, su nave se detiene: el rey del mar exige un tributo. Se echan al mar unas tablillas con los nombres de los navegantes y la que lleva el nombre de Sadko se hunde; y él se. arroja de cabeza al mar. En los lí­quidos abismos el héroe fascina con su cantó al rey del mar, a la reina Onda, a Vólkova, al innumerable cortejo de las princesas, de los peces y de los fantásticos seres marinos. El rey, embriagado y olvi­dadizo, baila con su esposa Onda una danza tan vertiginosa que en la superficie del mar revuelto todas las naves están a punto de naufragar. Entonces aparece un Viejo, en quien se personifica el Destino inexorable, el cual impone a Sadko que cese en sus músicas y cantos, y así restablece el orden. Sadko regresará a la tierra, donde encon­trará con alegría a su fiel esposa, y Vól­kova, transformada en río, fluirá eterna­mente hasta Novgorod por la próspera suer­te de la ciudad. Musicalmente, esta ópera pertenece al período de formación de su autor: la influencia de la música alemana y cierta complacencia en los énfasis wagnerianos dominan al autor, el cual, sin em­bargo, sé muestra ya orientado hacia aquel sentido del color que luego resolverá más íntimamente aún.

Sadko, no obstante, es considerada como obra importante en la producción del teatro musical ruso: además de su técnica contrapuntista y colorista, al­gunos episodios alcanzan una fuerza expre­siva notable; baste recordar los coros ani­mados y clamorosos del primero y del cuar­to cuadros, la delicada escena de las prin­cesas-cisnes en el lago limen, entre albores lunares y velámenes de blancas nieblas, los solos de un joven ministril, Nejata, y de Liúbava, las tres canciones de los merca­deres, los vivaces duetos de los dos histrio­nes borrachos, los cortejos y las danzas en el reino marino, la canción de Vólkova sobre Sadko dormido. La variedad de los ritmos confiere viveza y colorido a la par­titura y a la acción; los modos griegos (co­mo el «modo frigio» en el aria de Sadko en el quinto cuadro, o el «modo dórico» en la canción de Vólkova en el séptimo cua­dro) están tratados con mano maestra por Rimsky-Korsakov. Y en la representación, los sortilegios de una escenografía fantásti­ca y llena de colorido se unen a la potencia de una paleta sinfónica variada y opulenta en colores.

M. T. Chiesa

El compositor se mueve dentro del mun­do deslumbrador de las fábulas con la fa­cilidad de’ Mozart en la melodía o con la de César Franck en la expresión del senti­miento religioso. Es romántico por el asunto que trata y por su color, pero no por sus licencias de estilo, ni por su temperamento artístico. (Combarieu)

Demostró que el nacionalismo no es sen­cillamente un manto para recubrir la igno­rancia técnica, y legó al mundo un tesoro de arte musical nacionalista. (M. Montagu-Nathan)