Rimas de Colonna

[Rime]. Representan uno de los más interesantes documentos de la lírica italiana del siglo XVI, fuera de los esquemas del petrarquismo a los que sue­len adscribirse.

Publicadas de tiempo en tiempo desde 1536 a 1546 y después con poe­sías de Gaspara Stampa y de Verónica Cam­bara, tienen su núcleo más significativo en el «Canzoniere per Ferrante d’Avalos», mar­qués de Pescara. Para este ilustre guerrero, muerto en la batalla de Pavía en 1525 y esposo de ella desde 1509, Vittoria Colonna (1492-1547) había ya escrito una famosa epístola en verso después de la derrota de Rávena. Ante el hecho de su muerte la poe­tisa ensalza la figura del amado a una su­prema idealización; aunque el marqués de Pescara junto a las virtudes y a la inteli­gencia de Vittoria no refulgía en dotes par­ticulares, ella siempre lo tuvo por señor de su alma y única guía de sus íntimos pensamientos y afectos. La exquisita cria­tura halla por esto en los versos el bálsamo para su dolor ante la muerte («Scrivo sol per sfogar l’interna doglia»), y a la ruina de sus afectos en el triste querer de la «empia e volubile fortuna» («Oh che tran­quillo mar, oh che chiare onde»).

El subs­tancial petrarquismo de este «Canzoniere» es por esto trascendido por el soplo místico y platónico que anima los acentos poéticos de Vittoria Colonna. La vida es entendida como un mar tempestuoso, del cual sólo puede salvarnos el amor a Dios y las ver­dades eternas («Quando il turbato mar s’alza, e circonda»): en esta visión de la existencia hasta la muerte del amado se convierte en elemento de redención con el fin de aspirar al cielo, lejano de los bienes de la tierra. Otras veces la contemplación de la naturaleza le sugiere delicados senti­mientos; comparado su sufrimiento con el de otros seres, la poetisa refrena su tor­tura y contempla la universal inseguridad de las cosas. Otras poesías más declarada­mente religiosas («Vergine pura, or da’bei raggi ardenti» y «Quando fia il di, Signor che’I mió pensiero»), revelan las enseñan­zas de Ochino y de Valdés.

C. Cordié

No era un espíritu de fantasía y poesía; todo lo más, culta e instruida en versi­ficar, hubiera podido confiar sus impresio­nes y emociones, sus esperanzas y sus des­consuelos, su amor y su dolor, al estilo epistolar, como lo hizo en ciertos tercetos juveniles suyos, dirigidos a su esposo. (B. Croce)