[Rime]. Breve (seis baladas y un soneto), pero no carente de gracia, es el cancionero con que el florentino Gianni Alfani (hacia 1270-1330), de identificación dudosa, consiguió los honores de la historia literaria.
Alfani es un poeta de corto aliento, sin ambiciones, y su poesía suena como una voz menor en el concierto de las voces poéticas más elevadas del «dolce stil novo», pero con un tono propio, de doliente dulzura elegiaca. Se trata de poesía de amor, como casi toda la poesía italiana antigua, y canta los temas característicos del repertorio de su época: los desdenes amorosos, la altiva belleza de la dama, el saludo negado, las tristezas mudas y las mortales angustias del poeta-amante. Sin embargo, la mujer cantada por Alfani, ligeramente matizada por los resplandores de la gaya ciencia provenzal, no se disuelve, como ocurre en Dante y en Cavalcanti, en abstracciones místicas ni en fijeza estática; es siempre «dama» en el sentido caballeresco del término, árbitro del destino de su amante, que algunas veces desciende de su solio con ciertos desdenes de coqueta, nuevo aliciente para nuevos ardores; surge de ello el compás inicial de una balada: «quanto piü mi desdegni piü mi piaci» [«cuanto más me desdeñas más me agradas»], que es quizá la obra más lozana y graciosa de toda la poesía de Alfani.
La dependencia externa de la poesía de Cavalcanti queda evidente en los frecuentes pasajes sobre temas de angustia y de muerte, en ciertas expresiones abstractas de índole psicológica, en ciertos movimientos, como en la balada «Ballatetta dolente», sobre el modelo de la conocidísima balada cavalcantiana del destierro. A Cavalcanti está dedicado el único soneto de Alfani, de sonriente complicidad amorosa, donde una «joven de Pisa» hace preguntar en hermosa jerga caballeresca a Cavalcanti, por boca de Gianni, cómo la trataría si fuese en secreto a su lado. Gianni, por lo que resulta del soneto, que aporta al minúsculo cancionero una nota sabrosamente realista, se había apresurado a tranquilizar a la joven. Es como una rendija abierta, por un momento, sobre la realidad de la vida, que a menudo los poetas del «stil novo» se complacían en recomponer mediante elevadas y difíciles iones e imágenes carentes de verdad. D. Mattalía
Guarda en sus palabras como el recuerdo de un lejano elíseo y las entona con suspirante melancolía. (F. Flora)