Requiem de Fauré

El Requiem del com­positor francés Gabriel Fauré (1845-1924) ha tenido importante papel en la música religiosa contemporánea. Surgió tras la se­rie de Requiems románticos, obras éstas más bien líricas y de notoria espectacularidad que auténticos mensajes de fe o de esperanza.

Berlioz, Verdi e incluso Cherubini se interesaban especialmente por las vi­siones apocalípticas del Juicio Final; el «Dies irae» poseía para ellos atractivos más poderosos que el «In Paradisium». Fauré, por el contrario, sólo ha querido escuchar las palabras redentoras de Cristo y el canto apacible de los ángeles. Su mística le acer­ca a un Fra Angélico o a un San Francisco de Asís, y no se dedica a conjurar la có­lera divina, sino a entonar una dulce «berceuse de la muerte». La obra se atiene a la división litúrgica de la Misa de difuntos y convoca una orquesta, un órgano, un coro y dos solistas — soprano y barítono —. El «Introito» y el «Kyrie» exponen el tema central de la partitura. Ninguna nota fú­nebre turba la melodía: un sereno lamento, un poco inquieto, en el que la fe, limpia de lágrimas, apacigua el dolor.

El «Ofertorio» se inicia por una prolongada frase angus­tiosa del coro; el barítono solo, acompaña­do por los violoncelos, reemprende el tema inicial, cuyos sombríos colores se esfuman paulatinamente. El «Sanctus», por su alegría exaltada y cándida, contrasta sorprendente­mente con los pasajes anteriores; es una fervorosa plegaria que finaliza en un triun­fal «Hosanna». El «Pie Jesu», tierna me­ditación del soprano solo, apoyado por el órgano y los violines, está concebido en idéntico espíritu. El «Agnus Dei», de un movimiento bastante rápido, constituye un himno de dicha, de serenidad, de adoración.

El mismo motivo melódico de seis compa­ses aparece cantado sucesivamente por los tenores, después por el coro, para irse apa­gando, «piano», en la voz de los sopranos. El barítono expone el tema del «Libera me», reemprendido, «mezzo-voce», por el coro en «re» menor. Finalmente, el «In Paradisium» se inicia con el dulce murmullo de las arpas y del órgano y los sopranos dejan oír la dulce alabanza exaltada de los ángeles. La partitura se acaba en la suave tonalidad de «re mayor». El alma se des­prende de su prisión de carne y contempla las dichas de la vida eterna.