Obra del escritor español, cronista del emperador Carlos I de España y V de alemania, y obispo de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara (que debió nacer hacia 1480 y murió en 1545).
Esta obra viene a constituir un nuevo «Regimiento de príncipes», al estilo de las obras que bajo títulos semejantes se escribieron durante la Edad Media y el Renacimiento. Apareció en Valladolid en 1529 junto con el Marco Aurelio, libro con el que se ha confundido, debido a sus vicisitudes bibliográficas. En la portada de esta edición se lee: «Libro llamado Reloj de príncipes, en el que va incorporado el muy famoso Libro de Marco Aurelio, auctor del uno libro y del otro que es el muy reverendo padre fray Antonio de Guevara, predicador y coronista de Su Majestad». Ésta fue la primera edición autorizada del Marco Aurelio, del que hasta entonces habían aparecido varias ediciones fraudulentas.
El mismo año de 1529 y en la misma ciudad de Valladolid apareció otra edición autorizada con el siguiente título: Libro del emperador Marco Aurelio con el Reloj de príncipes. Ahora bien, el Marco Aurelio había sido publicado alguna vez, en las ediciones fraudulentas y aún después en las ediciones derivadas de las dos autorizadas, separadamente, mientras que el Reloj de príncipes lo había sido siempre junto con el anterior. Añádase a esto que el Reloj no es otra cosa sino un conjunto de comentarios sobre lo que debe ser el príncipe perfecto, derivados de la consideración de la personalidad de Marco Aurelio, y se comprenderá por qué ha sido tantas veces confundido con el Marco Aurelio, que aparece refundido y mezclado entre aquellos comentarios hasta formar una obra en tres libros. El propio Guevara aclara su intención: «No fue mi principal intento de traducir a Marco Aurelio, sino hacer un reloj de príncipes…, y desta manera procede la obra en que pongo uno o dos capítulos míos y luego pongo alguna epístola de Marco Aurelio o otra doctrina de algún antiguo».
El Marco Aurelio es una de las mayores supercherías literarias que se han realizado y a las que tan aficionado era Guevara: pretende nada menos presentarlo como la traducción de las obras del emperador romano, descubiertas entre los libros que dejó Cosme de Médicis. Ante las acusaciones que debió provocar este hecho, Guevara se defiende en el prólogo del Reloj, añadiendo a la anterior superchería otra mayor (la afirmación de que conoce y tiene en su poder el De bello cantábrico de Augusto). La intención del Reloj de príncipes la expresa claramente el autor en la dedicatoria a Carlos I: «Con mucha razón son de loar los príncipes de España, los caballeros de España, las aguas de España y su fertilidad, mas junto con esto maldigo y reniego de muchos vulgares libros que hay en España, los cuales como unos relojes quebrados merecían echarse en el fuego para ser otra vez hundidos.
No sin causa digo que muchos libros merecían ser rotos o quemados; porque ya tan sin vergüenza y tan sin conciencia se componen hoy libros de amores del mundo, como si enseñasen a menospreciar el mundo. Compasión es de ver los días y las noches que consumen muchos en leer libros vanos, es a saber a Amadís, a Primaleón, a Duarte, a Lucenda, a Calixto, con la doctrina de los cuales osaré decir que no pasan tiempo, sino que pierden tiempo; porque allí no deprenden cómo se ha de apartar de los vicios, sino qué primores ternán para ser más viciosos. Este Reloj de príncipes no es de arena ni es de sol, ni es de horas ni es de agua, sino es reloj de vida; porque los otros relojes sirven para saber qué hora es de noche y qué hora es de día, mas éste nos enseña cómo nos habernos de ocupar cada hora y cómo hemos de caminar y ordenar la vida». En ella Guevara, al estilo de las obras semejantes que abundaban en aquel tiempo, se entretiene en consideraciones prolijas sobre problemas éticos y políticos.
En ambas obras Guevara inventa constantemente leyes y costumbres de la Antigüedad, cita autoridades que existieron sólo en su mente, y cuando cita a autores que en realidad existieron, las palabras que les atribuye son pura invención suya. Ambos libros tuvieron un éxito internacional extraordinario (si bien pasajero) y fueron traducidos al francés, inglés, alemán, flamenco, italiano, latín, armenio, etc. En sus capítulos sobre «el villano del Danubio» se han buscado antecedentes prerrománticos y han sido conocidos debido a una fábula de La Fontaine.
A. Comas