Rehenes de la Vida, Fédor Sologub

[Zalozniki zizni]. Drama en cinco actos de Fedor Sologub (F. K. Teternikov, 1863-1927), estrenado en 1911. Novelista, poeta y dramaturgo, Solo­gub, en sus novelas y narraciones, demues­tra ser un descendiente directo del realis­mo de Gogol y de Saltykov, mientras que en sus dramas ahonda en la observación directa de la vida con elementos líricos y simbólicos. Sologub ve dos realidades: una exterior al hombre, y otra interior, que él mismo crea.

El hombre quisiera vivir úni­camente en «su» realidad; pero la verdad práctica externa, creada por la sociedad, le oprime y le vence o, en el mejor de los casos, le lleva a un compromiso. Así ocurre en estos Rehenes de la vida, en los que Michail y Katja, aunque se aman, se separan porque ambos son pobres. Katja sería un obstáculo para el porvenir de Mi­chail, y si se casara con él arruinaría a su propia familia que le ha preparado un ma­trimonio con un rico, aunque sea sin amor. Michail, a pesar de estar convencido de que su «sueño tejido de hierro» habrá de convertirse en realidad, vive, durante los años que está separado de Katja, con Lilit, una figura simbólica, tomada de la literatura talmúdica que identifica en Lilit a la pri­mera mujer de Adán, que huyó de él y se convirtió en demonio lunar. Y cuando Michail, que ya es un arquitecto célebre, y Katja vuelvan a encontrarse, Lilit seguirá su camino sin protestar.

El último acto acaba con una escena fantástica en la que presenciamos el simbólico triunfo de Lilit: «Muchos siglos han pasado sobre mi cabeza — dice —, y me siento mortalmente can­sada. Yo llamo al hombre conmigo, y, tras haber realizado el ensayo, me voy…» So­logub opone el solar y fecundo amor de Katja, al estéril y lunar de la «fábula» Lilit, que, pese a todo, tanto bien le pro­porciona al hombre que lucha con la vida y consigo mismo. Así como en la primera parte del drama el autor describe la mez­quindad espiritual de un mundo que le escaro, el de los pequeños propietarios de tierras, en los dos últimos actos crea alre­dedor de sus personajes un halo de poesía y de irrealidad que les convierte en sím­bolos universales: hombre y mujer, enemi­gos y al mismo tiempo necesarios el uno al otro, que sufren y anhelan una felici­dad que, una vez alcanzada, se transforma en tristeza.  

G. Kraisky