[Szeretném, ha szeretnének]. Poesías del húngaro Endre (Andrés) Ady (1878-1919), publicadas en 1910. Como en sus Nuevas poesías (v.) y en Sangre y oro (v.),
Ady continúa en este volumen su actitud de rebelión y de lucha interior. Se siente fascinado por el Oriente en el que reconoce su patria y, al mismo tiempo, está sediento de la libertad espiritual del Occidente; flagela los vicios de su nación, y, sin embargo, está atormentado siempre por la nostalgia de ser reconocido y amado y se mantiene amargo y receloso. Por primera vez Andrés Ady se identifica con los kuruc, esto es, con los soldados de la libertad en tiempo de Francisco II Rakóczi (v. Poesía de los kuruc), e imita, renovándolos, los fieros cantos de principios del siglo XVIII. «La piedra lanzada a lo alto» es el poeta que «a menudo desea huir, pero no puede… Podríais cien veces rechazarme,/mi tierra patria,/cien veces, hasta el fin, yo volvería». Una atracción espiritual lo impulsa irresistiblemente hacia su patria, aunque las torres lejanas de Occidente no cesen de llamarle. La poesía se inmerge en profundidades metafísicas.
Se siente uno mismo con la mujer amada desde los comienzos del mundo [ «Leda» ] ; en el momento de su primer encuentro «un hombre dividido en dos se ha convertido de nuevo en uno: esto no fue amor sino nueva fusión» [«En vano la luna es fría»]. Entre las poesías de autoanálisis recordamos : «Soy un hombre septentrional»; el poeta se adhiere al alma nórdica… «porque es más taciturno, con palabras más profundas, más expresivas». En la «Muerte del arco iris», uno de sus poemas simbólicos más preciosos, el arco iris representa al poeta, primero admirado por el vulgo y después mirado con indiferencia. Entre sus poesías sociales sobresalen: «La pobreza sueña», «Canto del niño proletario», «La vieja Kun» (sobre la miseria de los campesinos), etc., todos vibrantes de su impetuoso credo radical y profético en el triunfo de la democracia.
Es notable el grupo de sus poesías religiosas, en que su angustia, su sed de vida, su continuo presentimiento de la muerte, se apaciguan en la humilde aceptación del Dios tanto tiempo combatido. «Ady — dice G. Hankiss — es el mayor poeta lírico europeo del siglo XX y el más multiforme, porque abraza en igual medida la escala del dinamismo expresivo y la ideológica. Su culto frenético del yo se funde por medio de armonías insólitas y por ello conmovedoramente bellas, con los cantos resonantes de la colectividad húngara y europea. En el fondo de todo esto sentimos pulular la fuente antigua de toda verdadera poesía: el origen común de las supersticiones paganas y del arrepentimiento cristiano, el sentimiento mítico».
P. Kardos