Principios Fundamentales de la Doctrina de la Ciencia, Johann Gottlieb

[Grundlage der gesamten Wissenschaftslehre]. Obra del filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), que acompañada de Sobre el concepto de la doctrina de la ciencia [über den Begriff der Wissenschaftslehre oder der sogenannten Philosophie] se publicó en 1794, en vida del autor, existiendo otras ediciones que sustancialmente dejaron ambas obras sin modificación.

Para Fichte la filosofía es «doctrina de la ciencia» en cuanto tiene por objeto no un ser en sí, presunta causa del contenido sensible de nuestro conoci­miento, sino el sistema del saber humano en general. La investigación debe deducir las formas teóricas y prácticas de la razón de un principio fundamental absolutamente primero, aunque indemostrable. Ese prin­cipio es el yo, posición absoluta de sí mis­mo; no es una sustancia, sino una actividad de la que nace todo el diverso mundo de la experiencia, que se desarrolla sin nece­sidad de recurrir al «noúmeno», conside­rado por Kant fuente ignota de las sensa­ciones.

Una filosofía en que está viva la exigencia de la incondicionalidad de su fundamento último, es crítica e idealista; es dogmática en cambio la filosofía que pone una alteridad incognoscible (cosa en sí) como realmente opuesta y superior al yo, desviándose del camino que conduce a un principio legítimo e inmanente de de­ducción, hasta el punto de ir a parar, si quiere ser coherente, al escepticismo. El espíritu construye su mundo con un pro­ceso dialéctico, esto es, con una actividad que basándose en una oposición interna (entre tesis y antítesis) obtiene en conclu­sión una síntesis en la cual, superada la disensión, se da lo concreto. Los opuestos yo y no yo (esto es, sujeto y objeto toma­dos separadamente), desprendidos uno de otro, son abstractos: su íntimo y necesario nexo está en la síntesis, en la cual se de­terminan recíprocamente. Así pues, en el concepto de determinación concreta están implícitos los tres momentos; en otras pa­labras: si un acto determinado es síntesis, debe presuponer tesis y antítesis, o bien los opuestos que han de conciliarse en la síntesis.

La parte teorética de la doctrina de la ciencia agota su cometido al tratar de la «inteligencia» o sea la acción cognoscitiva que se requiere para señalar a la razón práctica el límite que es menester superar para asegurar al espíritu su infi­nito desarrollo según un plan teleológico. Por lo tanto, el espíritu en sí es práctico en cuanto es el obrar del cual se genera lo real con una perenne ansia de superación para un fin inaccesible. Esta actividad se revela como finita e infinita a la vez: el yo es finito respecto a una particular determi­nación, pero infinito en cuanto posibilidad de traspasar todos los límites. El yo, para ser absolutamente infinito no debería pro­ponerse como finito y limitado. Pero es menester considerar el infinito como la regla del infinito realizarse de lo finito, como una tendencia, un «esfuerzo» y no un acto en sí determinado.

De este modo es dramática la existencia del espíritu deba­tiéndose continuamente entre lo infinito y lo finito, solicitado por una febril ansia de llevar más allá de todo límite el objeto de sus inclinaciones, por más que, en concreto, no pueda sino pasar por limitadas determi­naciones. En su esfuerzo para llenar de sí lo infinito, se halla siempre con las angustias de la finalidad, que produce un sentimiento de insatisfacción y simultáneamente un de­seo de restablecer su propia absoluta liber­tad; pero la evasión, apenas realizada, vuel­ve a encerrar al espíritu en un nuevo lí­mite. Este es el destino del hombre; pero no triste destino, porque le propone un progre­so ilimitado hacia realidades siempre nue­vas, las cuales, si él no puede poseerlas todas juntas e inmediatamente, puede con­quistarlas grado por grado con un esfuerzo que empeña toda su persona, y cuando obre por el puro deber (imperativo categórico), suprema ley de la conciencia, sentirá inundarse su ánimo de una completa sa­tisfacción, de un «contento» que, advierte Fichte, «dura sólo un momento, puesto que necesariamente vuelve el deseo».

Fichte, fundando críticamente la idealidad del ser, que se genera del íntimo drama dialéctico de la conciencia, reivindica para el yo la plena libertad en la construcción del mundo de sus valores: construcción y valores que la filosofía posterior profundizará para captar desde un punto de vista más com­prensivo la adherencia y la intimidad de lo real al espíritu. [Trad. de Antonio Zara­goza bajo el título de Principios fundamen­tales de la ciencia del conocimiento (Madrid, 1887)].

E. Codignola