Conjunto de poemas que el gran poeta- y escritor dramático español, Federico García Lorca (1898- 1936), compuso en 1929-30 con ocasión de su estancia en Columbia University.
Fue publicada distintamente en México y Nueva York en 1940. En él se incluye por razones de tema la «Oda a Walt Whitman», publicada en vida del poeta (Méjico, 1933). Lo que significó para Lorca el contacto y el conocimiento de la vida americana, lo declaró él mismo, a su regreso, en «La Gaceta Literaria» (15 de enero de 1931, n.° 98): «…interpretación formal, abstracción impersonal sin lugar ni tiempo de aquella ciudad- mundo. Un símbolo patético. Sufrimiento. Pero al revés, sin dramatismo.
Es una puesta en contacto de mi mundo poético con el mundo poético de Nueva York. En medio de ambos están los pueblos tristes de África y sus alrededores perdidos en Norteamérica. Los judíos, los sirios. ¡Y los negros! ¡Sobre todo los negros! Con su tristeza se han hecho el eje espiritual de aquella América. El negro, que está tan cerca de la Naturaleza y de la otra naturaleza. (¡Ese negro que se saca la música hasta de los bolsillos!) Fuera del arte negro no queda en los Estados Unidos más que mecánica y automatismo».
Si para la expresión literaria de lo profundamente popular y castizo de lo español, el poeta había hallado el instrumento estilístico apropiado (la canción y el romance), para expresar el dinamismo, la vida en su forma más actual y perentoria, las impresiones de una civilización mecánica, tenía necesariamente que recurrir a otro instrumento que permitiera desarrollar estas características. Y con la misma habilidad con que trató el romance y la canción o escribió poesías en gallego, utilizó los recursos expresivos del surrealismo hasta conseguir la realización quizás más pura que, dentro de la moderna literatura española, se haya compuesto en este estilo.
Los símbolos han variado también. La geografía y su ambiente mítico del Romancero gitano (v.) han sido aquí sustituidos por los de la ciudad prepotente, con sus multitudes, sus paisajes, sus bajos fondos; los gitanos son ahora los negros del «Rey Harlem». Poeta en Nueva York, en el fondo, es un clamor contra este mundo mecanizado y automático. Y estos símbolos llegan a actuar con una plenitud de significación y representación, expresando el supremo repudio o la aquiescencia.
Como ha observado admirablemente el crítico Ricardo Gullón, Lorca vio en la gran ciudad «el símbolo de la vida moderna, la máquina infernal, la trituradora de almas porque, les arranca el don de soledad de pensamiento,– ensueño y fantasía, para lanzarlas a otro tipo de soledad forzada entre la muchedumbre de aislamiento en la gran batida del mecanismo y la técnica, desconocidas unas para otras, sangrantes por la posesión del poderío económico, que exprime la sangre «debajo de las multiplicaciones, debajo de las divisiones…». De ahí nace esta representación viva en forma de visión.
García Lorca eleva a mito la «máquina infernal» de la civilización moderna, simbolizada en este momento por la gran ciudad de Nueva York, como había hecho antes con los temas folklóricos. El choque anímico producido por las «nuevas formas de vivir y padecer», la contemplación de esta civilización, fue el resorte que abrió la fluencia al automatismo psíquico característico del surrealismo. Como antaño había tratado colectiva, socialmente, a los gitanos, ahora lo hace con los negros, con las multitudes neoyorquinas, las cuales, en su automatismo, obedecen sólo a lo más primario y más fisiológico, y de ahí que nos presente estas «multitudes» que «orinan» y que «vomitan» en forma de «paisaje», es decir, de algo visto como sincrónico y en forma de unidad, como puramente automático. En el fluir impetuoso y desbordante de estas imágenes y visiones, va creando el poeta la configuración singular de la ciudad como espectáculo literario y poético.
A. Comas