Poesías, Vicente Aleixandre

La producción literaria del poeta español Vicente Aleixandre (n. 1898) se halla repartida en los siguientes libros: Ámbito (compuesto entre 1924-1927, y publicado en Málaga en 1927 por «Litoral»); Espadas como labios (1930- 1931; Madrid, 1932); Pasión de la Tierra (1928-1929; aparecido en 1935 en México); La Destrucción del Amor (1932-1933; Ma­drid, 1935.

Todavía inédito mereció al au­tor el Premio Nacional de Literatura); Som­bra del Paraíso (1939-1943; Madrid, 1944); Mundo a solas (1934-1936; Madrid, 1950. Edición de lujo de doscientos ejemplares con dibujos de Gregorio Prieto); Nacimien­to último (Madrid, 1953); Historia del corazón (1945-1953; Madrid, 1954). La edición Poemas paradisíacos no es más que una selección de Sombra del Paraíso. Como se desprende de los años de redacción, Pasión de la Tierra y Mundo a solas corresponden a unas fechas anteriores a las de su res­pectiva publicación. Nacimiento último es el único libro de Aleixandre que no forma un todo orgánico. En 1956 aparece en la «Antología Hispana» de la «Biblioteca Ro­mánica Hispánica», de Madrid, una antolo­gía seleccionada por el propio autor con el título Mis mejores poemas.

La obra de nues­tro poeta cuenta actualmente con una abun­dante bibliografía, de la que conviene des­tacar los trabajos y artículos de Dámaso Alonso, Carlos Bousoño, Gerardo Diego, Eugenio d’Ors, Rafael Ferreres, Vicente Gaos, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Guillermo, de Torre, Ángel Valbuena Prat, Antonio Vilanova, etc. El más extenso es el de Carlos Bousoño: La poesía de Vicente Aleixandre (1.a ed., Madrid, 1950; 2.a, id., 1956). Tanto Ámbito como Pasión de la Tierra — libro este último de poemas en prosa — insinúan ya las características de lo que será el Aleixandre posterior. Su pri­mer libro importante, Espadas como labios, plantea, de entrada, dos problemas cogíta­les para el estudio de su lírica: el/surrea­lismo de la expresión y su contenido román­tico (sobre el que tanto ha insistido Dá­maso Alonso).

Aleixandre es, a nuestro jui­cio, sólo una consecuencia del surrealismo. De ninguna manera puede hablarse de él como de un «afiliado» o «adscrito» a la escuela: se limita simplemente a asimilar la técnica expresiva. A lo largo de toda su obra, y manteniendo su unidad de estilo, se irá alejando poco a poco de aquellas formas más genuinamente surrealistas que notamos en sus primeros libros y que se justifican por la proximidad histórica del movimiento. Salvada cierta arbitrariedad ini­cial, en los poemas de Aleixandre hay siem­pre, a través de la exposición sinuosa, una línea de pensamiento mantenida y una uni­dad de contenido. En cuanto a sus caracteres románticos, hay verdad en lo que afirma Dámaso Alonso.

El tema central de Espadas como labios es el de la vida, en sus formas de amor y de muerte, tema que, sin solución de continuidad, hallamos a lo largo de toda la obra. Y ante estos miste­rios de la vida, de la muerte y del amor, Aleixandre no adopta una actitud serena (como, por ejemplo, Guillén), sino extrema y apasionada, de total entrega, que nos recuerda constantemente la actitud espiri­tual de los románticos, y que irá acentuán­dose hasta llegar a su punto culminante en Historia del corazón. El estilo, basado en repeticiones, gradaciones, enumeraciones, retrocesos, en pugna hasta conseguir la for­ma definitiva, es el que ya no abandonará jamás el poeta.

En La Destrucción o el Amor, libro de «pasión telúrica», el amor adquiere una proyección cósmica. Destruc­ción y amor no se excluyen, sino que se funden e identifican, en la confusión y co­munión de todas las fuerzas del universo. Al amor se llega por la muerte, por la des­trucción, por la total metamorfosis: «Quie­ro amor o la muerte, quiero morir del todo./ Quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente…», «Ven, ven, muerte, amor: ven pronto, te destruyo;/ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo». Así las sen­saciones del poeta se proyectan cósmicamente; sus imágenes son agigantadas: «…Tu cuerpo extendido/como un río que nunca acaba de pasar», «Luces como una órbita que va a morir en mis brazos». El poeta exalta lo elemental, los abismos, las selvas, el mar, las formas infrahumanas, los metales, las fieras (tigres, leones, hienas, águilas, pe­ces), símbolos de esta vida instintiva: «Ti­gres del tamaño del odio,/leones como un corazón hirsuto,/sangre como la tristeza aplacada,/se baten con la hiena amarilla que toma la forma del poniente insaciable».

Dentro de la concepción poética de Vicente Aleixandre, la muerte es la forma suprema de amor porque es la entrega total y defi­nitiva, y este amor es, en los seres, como la muerte, su cualidad inherente, su acti­vidad propia. La paradoja de la poesía tra­dicional de la muerte que da vida y vice­versa, se resuelve, en el poeta, no en una actitud mística, sino en un panteísmo radi­cal. El poeta quiere fundirse con todo en su eterno devenir, y por ello el mundo es con­siderado como un gran fluido. En La Des­trucción o el Amor querrá el poeta la fusión total con la amada, que la carne, como una frontera, impedirá. Esta «carne» es el ele­mento con el que chocaban los románticos y al que llamaban «realidad». El ímpetu de La Destrucción o el Amor es trascendido a una esfera superior, sin tinieblas y llena de luz, en Sombra del Paraíso, evocación de la pri­mavera del mundo, lleno de «criaturas aurorales». Pero la actitud del poeta es la misma.

Este paraíso es símbolo de todo: «Allí el río corría, no azul, no verde o rosa, no amarillo, río ebrio,/río que matinal atra­vesaste mi ciudad inocente,/ciñéndola co­mo una guirnalda temprana…» Es el paraíso-infancia (el recuerdo), el paraíso-amor (felicidad) e incluso el paraíso-trópico (ensueño y aventura), como advierte sagaz­mente Dámaso Alonso. En el fondo, tres posiciones genuinamente románticas. «El paraíso entrevisto — según palabras del mismo autor — brilla un instante y se nie­ga». Las consecuencias son la nostalgia y la tristeza, porque el hombre ha nacido para ser un puro elemento de esta natura­leza perfecta exaltada por el poeta, y este destino precisamente no se ha cumplido. Por tanto, junto al fervor y al entusiasmo del canto de este mundo, junto al «éxtasis de la naturaleza toda», hay una profunda tristeza humana. Toda la poesía de Alei­xandre hasta Historia del corazón es una exaltación de lo afectivo y de lo primario, una oposición entre la vida en su aspecto más elemental y la civilización.

En esta preferencia por lo elemental encuentra Bousoño el origen de sus imágenes cósmicas. La concepción amorosa de Aleixandre — continúa Bousoño — toma forma bajo el aspecto de amor-pasión; para el poeta el amor es una absorción en lo cósmico, por cuanto rebasa los límites de los seres, los. elementaliza y funde en un universal acto erótico en el que participan incluso los se­res más primarios. El hombre, dentro de este mundo, no es más que una emanación de la misma naturaleza, un ser elemental: «…un muchacho desnudo, cubierto de ve­getal alegría». El hombre y las cosas de este universo adquieren la dimensión de los elementos naturales: «Volcado sobre ti,/ volcado sobre tu imagen derramada bajo los altos álamos inocentes,/tu desnudez se ofrece como un río escapando». Mundo a solas, publicado tardíamente, está más cer­ca, por su pasión ciega y su impetuosidad, de La Destrucción o el Amor que de Som­bra del Paraíso.

El hombre, sin amor, y por tanto no existente, es el tema del libro, y el mundo está también muerto, como un mundo lunar. La verdadera transición entre Sombra del Paraíso e Historia del corazón la señala Nacimiento último. La voluptuo­sidad paradisíaca se ha convertido en so­briedad. Los medios expresivos de Alei­xandre cobran, sin empobrecerse, austeri­dad e intensidad en este libro que cierra el dilema de La Destrucción o el Amor: el nacimiento último, el definitivo, al que nos conducía el amor, la metamorfosis final, es la de la muerte. Este libro, aparte de tra­tar el tema taurino (en que la cogida es vista como una solicitación amorosa), con­tiene una serie de retratos y dedicatorias (Fray Luis de León, Herrera Reissig, Pedro Salinas, Emilio Prados, Gabriela Mistral, Miguel Hernández). Sin imágenes hiperbó­licas ni paisajes telúricos, nos llega la úl­tima obra de Aleixandre, la humanísima Historia del corazón, fiel a la consigna del poeta de que «poesía es comunicación».

Bousoño ha penetrado en la significación de este libro demostrando que inaugura una segunda época del autor. Hasta este mo­mento el objeto de su canto había sido el cosmos; ahora el tema es la vida humana, la historia y la experiencia del hombre a través de las distintas edades y de las dis­tintas formas de su vida. El libro tiene un cierto carácter realista y la técnica expre­siva tiende más a la narración y al análi­sis psicológico que a la acumulación de imá­genes característica de los libros anteriores. Toda la historia del hombre es propuesta y aceptada resignada y casi estoicamente. «Momentánea destrucción fue el amor» — afirma en uno de los poemas —, y canta ahora las cosas en su cotidianidad, en su realidad y contingencia, en su misma eter­na sencillez. La muerte ya no se confunde con el amor en aquel sentido panteísta de La Destrucción o el Amor, sino que es un trabajo del hombre, una realidad que se acepta, como se aceptan tantas otras.

Por esto los símbolos han cambiado de significa­do: si en aquel libro la selva representaba la pujante fuerza natural superior al hom­bre, en la obra última representa la vida misma, el pasaje peligroso que el hombre tiene que atravesar, las dificultades todas del humano vivir, casi la «selva selvaggia ed aspra e forte». Todas estas cosas el poeta las ama simplemente y las canta. Carlos Bousoño ha estudiado la técnica expresiva de Aleixandre, destacando la persistencia de lo que él llama «imagen visionaria», sus formas y complicaciones, los procedimientos de aceleración y dilación propios de su estilo, la estructura general de sus poemas y la naturaleza de su verso. Este análisis estilístico de la obra de Aleixandre y las definiciones, de los fenómenos expresivos dados por Bousoño tienen validez para gran parte de la poesía contemporánea. Recien­temente, y al estilo de Españoles de tres mundos, de Juan Ramón Jiménez, y de Primera imagen de…, de Rafael Alberti, Aleixandre nos ha ofrecido en Los encuen­tros una visión propia, llena de certeros y sutiles matices, de autores españoles con­temporáneos.

A. Comas

Antonio Machado marrón, Pedro Salinas grisiento, Vicente Aleixandre colorado, tres tiempos muy distintos de lírico buey rap­tor. Muy distintas, sin duda, las Españas que raptan. (Juan Ramón Jiménez)

Vicente Aleixandre, una triste tarde del mundo, se encontró definitivamente con la belleza. (Dámaso Alonso)

El protagonista de la poesía es siempre el mismo, porque la poesía, sin que le sea dable escoger otros términos, empieza en el hombre y concluye en el hombre, aunque entre polo y polo puede atravesar — algunas veces iluminar — el universo mundo. (Vicente Aleixandre)