{Früe Gedichte]. Título definitivo de las poesías juveniles de Rainer Maria Rilke (1875-1926), cuyo primer núcleo fue publicado por vez primera, con un número limitado de poesías en 1899, con el título de Para mi alegría [Mir zur Feier].
El volumen se inicia con un poema en el que el poeta ve cómo la vida humana se inclina «hasta donde, desde ayer, emerge la más solitaria de las horas que (sonriendo de distinta manera a como sonríen sus hermanas) enmudece frente a la Eternidad». En el volumen domina una atmósfera crepuscular; el alma del poeta se abandona al espontáneo encadenarse de las sensaciones de los sentimientos y de la fantasía: «Querría entregarme – escribe -, tembloroso, a todos los sonidos que pasan ante mi, rozándome». Lograda la anhelada conedición de «transcurrir humildemente en servitud a través de las cosas» se identifica con las cosas mismas, y feliz al mismo tiempo que angustiado se pregunta: «¿Quién podrá decirme hasta dónde alcanzará mi vida?…¿si no soy yo también como el pálido abedul que emblanquece temblando a la brisa de abril?» Por ello, con la fuerza de su poesía, el paisaje se transfigura: «Al o largo del camino parece como si las rosas se preparasen para acoger al huésped que avanza… Después… dormirán toda la noche… las rosas.
Y por la mañana, al alba, al primer despertar, su aroma se difundirá tímido, como una sonrisa humilde, florecerá huidiza durante el día con alas de golondrina, y un temblor de asombro hará vibrar el paisaje hasta donde la vista alcanza sus límites difuminados». Poeta del momento, Rilke sigue de este modo el fluir del tiempo, para detener aunque sólo sea una palpitación y fijada en el verso. Hasta la única figura humana que parece en el paisaje de «Suburbio» se convierte en la poesía de Rilke en elemento pictórico y plástico: «… el pastor se apoya / oscuro, enorme / en el último farol». Criaturas de ensueño, más que personas vivas, son las doncellas de los ciclos – inspirados y, en gran parte,c ompuestos durante su viaje a la Toscana en la primavera de 1898 – «Cantos de las doncellas» [«Mädchenlieder»]; «Figuras de doncellas» [«Mädchengestalten»]; «Plegarias de las doncellas a María» [«Gebete der Mädchen zur Marie»].
Etéreo fantasma poético es también el ángel del grupo «Cantos de ángel» [«Engellieder»], que el poeta elevará a las esferas celestes cuando haya cumplido su misión e velar por la noche al niño, ahora ya convertido en hombre. Con el último breve poema del volumen, un timbre desacostumbrado irrumpe en el vibrar de las cosas vivas, y el poeta, dando un nombre a lo divino a que tendía a través del alma de las cosas, pronuncia por vez primera la palabra Dios: «No esperes a que dios descienda sobre ti y te diga: Soy… Siéntelo tú, en el soplo que él te ha infundido desde que respiras y eres». El encanto de estas Poesías juveniles es más musical que poético. Como dice Errante, Rilke «violenta [en ellas] la tradición para inventarse un estilo hecho de matices y lleno de elipsis; relampagueante y lleno de reticencias y sobrentendidos; a menudo ambiguo, con una ambigüedad sugerente».
O. S. Resnevich
Incluso las cosas más humildes irradian una fosforescencia enigmática, que infunde un sentido de alucinación. Es como un plano distitno que atravesara incesantemente el plano del mundo físico; un plano superterrestre, en el que Rilke se mueve con la expedita seguridad de un evocador y con una clarividencia soberana que deriva de una verdadera y propia iluminación divina. (F. de Miomandre)
Como los abedules tendidos a la escucha, como las cosas profundizadas por la meditación, como el poeta enamorado, las muchachas de Rilke no son más que formas de vida universal en perpetuo fluir, conductoras de la «onda nunca quieta», y la vez trasvoladas por ella (Heygrodt)
Goethe fue ministro, Mallarmé profesor, y así hasta Verlaine. A Rilke no se le puede imaginar más que como poeta. Pero no es de los poetas que, considerando el arte como un sacerdocio, lo realicen gándose a él como a una función. En él la función que se llama poesía ocurre con la misma naturalidad con que se realiza el trabajo orgánico del corazón o de los pulmones. No se deja discutir, como tampoco se deja discutir la necesidad de respirar, es el alimento de toda su vida completa… Su vida y su figura tendrán en el mundo exactamente el puesto de un soneto. (F. Bertaux)