Poesías, Hugo von Hofmannsthal

Las poesías del austríaco Hugo von Hofmannsthal (1879- 1929), numerosísimas y características de la juventud del escritor, aun siendo quizás menos famosas que los dramas y prosa de la edad madura, forman sin embargo parte constante y esencial de su actividad artís­tica.

Tenemos varias colecciones parciales, publicadas por el mismo autor: una titulada Auswahl de 1903-1904; otra, Gedicht-Samm­lung, de 1907; una de 1911, Gesammelte Ge­dichte, que comprende también los dramas líricos; en 1934, después de su muerte, apareció una Nachlese der Gedichte; de 1924 a 1934 se publicaron las Obras completas; en 1947 apareció, en la ciudad de Esto- colmo, el primer volumen de las Obras, bajo el cuidado de Bermann-Fischer, que comprende todas las poesías junto con los dramas líricos, incluso aquellas que el poe­ta, con buenas razones, no había dado a la prensa.

El aparato crítico de este primer volumen deja mucho que desear. «Sólo quien sabe pulsar las cuerdas más delicadas puede alcanzar también los efectos más fuertes», dice el mismo poeta; de hecho la delicadeza es la característica de su poesía, que no puede definirse ni como impresio­nista ni como neorromántica, aunque se encuentren elementos externos de todas las corrientes. Su poesía juvenil no canta expe­riencias de vida real, sino que brota de una especie de preexistencia espiritual: el joven — dijo de él Hermann Bahr — «mira al mundo como si lo viese desde una estre­lla», parece como si lo hubiese vivido todo en sí mismo, y quien presiente y anuncia cuanto sucederá, fatalmente está triste y cansado: tal es el tono de sus poesías juve­niles, en las que, sin embargo, el desolado y desconcertante absurdo de la vida en­cuentra compensación y consuelo en el goce estético y artístico; «A pesar de todo, dice mucho quien dice noche» [Ballade des äus­seren Lebens, 1895]; o en el sumergirse en un mundo de ensueños sin osar dar un paso en la realidad (cfr. las musicalísimas Ter­zinen an die Vergänglichkeit, 1895), puesto que estamos hechos de la misma sustancia que los sueños y tres sustancias son una sola sustancia: «un hombre, una cosa, un sueño» (cfr. también Dein Antlitz, Manche freilich).

El misticismo de Hofmannsthal es en primer lugar estético, y luego reli­gioso. Para él no es la idea ni el símbolo de una poesía lo que constituye su valor, sino su esencia rítmica y sonora (cfr. sus Discursos sobre la poesía [Gespräche über Gedichte]); la imagen, o sea la sustancia, es el elemento primario, el significado es secundario; la poesía canta las palabras por amor de su belleza plástica («el verso lo es todo», dice análogamente D’Annunzio), y ahí está su «magia» (cfr. Ein Traum von grösser Magie, 1896), ahí está también nues­tra tragedia, cuando hemos olvidado la fór­mula mágica y no sabemos hallarla; en un tiempo todos la conocían, hoy sólo la cono­cen los niños, los locos y los enamorados (cfr. Weltgeheimnis).

El carácter místico y oculto de esta poesía juvenil proviene del hecho de que el poeta sólo ve totalidad, universalidad, infinito, y como sus visiones no pueden encontrar una expresión directa, se ensanchan en el símbolo poético, que por su generalidad trascendente las hace profundamente misteriosas (cfr. Lebenslied, 1795), en el que el poeta se presenta como «heredero» de toda la vida pasada; Erleb­nis, de una musicalidad ebria de muerte, que recuerda el Tristón (v.) de Wagner; Nox portentis gravida, Gute Stunde, Vor Tag: en todas ellas la llegada del día des­pués de la noche, o sea la entrada en la realidad, da al poeta embriagado de miste­rio una impresión de desvanecimiento.

Sólo más tarde, en la madurez, se da cuenta de que puede estar «en» el mundo sin ser «del» mundo, y que el poeta es un rey que do­mina el reino de la realidad desde lo alto de su valoración estética (cfr. Botschaft, 1923, Reiselied, Lied der Welt). En muchas de estas poesías de ritmo melódico de can­ción (Südliche Mondnacht recuerda la mú­sica de Respighi) hay como una mágica síntesis de pasado y de futuro, recuerdo y presentimiento, nostalgia y esperanza, ex­presada por ejemplo en el sucederse de las nubes en Wolken, 1892, en el sonido de las campanas navideñas en Weihnacht, 1898, o mejor aún en la escena lírica del género melodramático que canta el sueño de la esposa, Was die Braut geträumt hat. De las pocas «figuras» representativas (Gestal­ten, 1896-1907), en general vagas visiones, El cocinero de a bordo prisionero [Der Schiffskock, ein Gefangener singt] es particularmente eficaz, pues expresa con «pa- thos» tragicómico la verdadera tragedia del destino de todos los seres que no son libres.

En Das alten Mannes Sehnsucht nach dem Sommer (1907) se expresa en cambio la «nostalgia del estío», o sea de la vida, de los seres condenados por su cuerpo a la muerte. Hofmannsthal es como Novalis el cantor de la angustia, además de la embria­guez de la muerte; aquí se revela ya la técnica refinada del poeta maduro, maestro en dar figura a las ideas: un viejo enfermo del corazón espera la salud del estío, mien­tras su propia sombra en la pared del fon­do, con los dedos crispados en torno al corazón, le recuerda en el frío marzo la amenaza de la muerte emboscada. Una fran­ca tendencia hacia la sencillez e ingenuidad de la infancia caracteriza todas las últimas poesías, como la «Plegaria infantil» [Kin­dergebet] de 1923, que tiene un tono con­movedor, casi de canción popular; y por fin, en la poesía de guerra Oesterreichs Antwort, que es una respuesta austríaca a un poema de R. A. Schröder, los verdaderos héroes son comparados a los niños.

Hofmannsthal es un verdadero maestro de la forma, desde el soneto hasta el ritmo libre, pero prefiere la cuarteta y el terceto. A menudo la estrofa inicial se repite al final como en un rondó musical. Fue durante algún tiempo discípulo de Stefan George, a quien dedicó las poesías «Eniem der vorü­bergeht» y «Der Prophet»; tuvo con él cierta afinidad artística, aunque su alma sensitiva quedase a continuación descentrada del aura mágica de la que se rodeaba el gigan­tesco profeta. Hay que recordar en fin las llamadas poesías de ocasión, en conmemo­ración de poetas y de grandes artistas del teatro, por la feliz originalidad con que logran captar y reproducir vivamente las características del personaje celebrado; como la dedicada a Heine, o a su predilecto Grillparzer, a propósito del cual escribió: «el mármol pasará, el dolor vive», es decir, que vive la idea del dolor y que «quien ama la idea, sólo la ama en la figura» que la encama.

C. Baseggio-E. Rosenfeld