Poesías, Diego Torres y Villarroel

No exis­te una edición completa de las poesías de Diego de Torres y Villarroel (1693-1770), pero puede leerse una extensa selección de ellas en el tomo LXI de la Biblioteca de Autores Españoles, realizada sobre la colec­ción contenida en un antiguo códice y la editada por Andrés Ortega con el título de Poesías sagradas y profanas, en Madrid, en 1761.

La obra en prosa de Villarroel, espe­cialmente su novela autobiográfica Vida de Torres y Villarroel (v.), ha gozado de ma­yor favor por parte de los editores. Ade­más de su valor intrínseco, nada desprecia­ble a pesar de los mil reparos que cabe ponerle, estas poesías tienen un valor sig­nificativo en la historia literaria de la época porque, nacidas entre el ambiente de la Academia del Buen Gusto y la invasión de las preceptivas poéticas, revelan, sin em­bargo, un poderoso entronque con la tra­dición castellana y, a la vez, una anarquía personalísima que es, en última instancia, el reflejo del acusado carácter de Villa­rroel, quien por ese carácter precisamente se hizo perdonar su intemperancia, en gra­cia del buen humor, donaire, alegría y des­preocupación de que siempre hace gala.

Se ha querido ver en estas poesías una imita­ción de Quevedo, Góngora y Calderón, no el mejor Calderón, es cierto; todo ello es verdad en parte; hay imágenes, ideas y alu­siones directas e inconfundibles que dela­tan las huellas de los grandes maestros cla­ramente; pero el tono de Villarroel es dis­tinto y menos elevado, cae con frecuencia en lo prosaico, y la burla, la ironía y la sátira están manejadas de modo tan indi­vidual y desenfadado que hacen pensar en si los mismos maestros no son también bur­lados. En la selección aludida se encuen­tran cincuenta y nueve sonetos, siete letri­llas, once «pasmarotas» (extrañó nombre que Villarroel dio a algunas de sus letrillas satíricas), dos villancicos y otras varias com­posiciones, entre las que abundan las segui­dillas, las coplas y las octavas reales. Mu­chos de los temas tratados son vulgares y faltos de interés, pero entre ellos destacan a veces hallazgos felices y perspectivas nuevas de asuntos viejos.

Sirvan como ejemplo las críticas de la vida cortesana de su época, que tanto recuerdan las de Quevedo y Góngora, pero que tienen un matiz ligeramente distinto : véanse los sonetos «Confusión y vicios de la corte», «Ciencia de los cortesanos de este siglo» y «Modo de pretender», cuyos dos tercetos son harto explícitos : «Y si quisiese usted lograr el trato/De ser mandón, justicia y aplaudido, /Ni estudie ni se esconda con recato;/Que logrará lo mismo que ha perdido,/Si se hace zalamero, mojigato,/Adulador, soplón y entrometido».

Curiosa e interesante es su actitud frente a la moda afrancesada, y su visión del problema es verdaderamente agu­da: «¿Cuándo has de desengañarte/De que, astuta, Francia intenta/introducirte los usos /Para ponerte las ruecas?» Se ha dicho también de su poesía que algunos de sus elementos pueden considerarse un antece­dente literario de los caprichos goyescos, y como ejemplo se citan el romance «A una bruja que reventó chupando el aceite de una lámpara que daba luz a un santo Cristo» y las «Coplas de las brujas», y po­drían añadirse muchas otras de sus compo­siciones a estas dos, cuyo tono disparata­do así lo permite; pero, como en el caso de Goya, un estudio detenido de esos dis­parates revelaría el trasfondo humano y profético del «Gran Piscator de Salaman­ca», falso profeta que desconcertó a su mundo y lo conquistó con la sola gracia de su ingenio.

A. Pacheco