La colección del poeta neogriego Costa Cristalis (1868-1894), publicada en edición definitiva en 1938, incluye ensayos epicolíricos juveniles, Las sombras del Hades — tres cantos — y El monje de Missolonghi, obra de inspiración patriótica, en la que la personalidad del poeta no se ha librado todavía de las más variadas influencias, y dos colecciones líricas Poesías agrestes y El cantar de la aldea y del cercado, que le dieron fama.
Los jueces de un concurso poético, encomiando solemnemente tales colecciones, pero negando a las dos el premio ambicionado, inconscientemente agudizaron el problema crítico central presentado en la obra: la semejanza de las poesías de Cristalis con los cantos populares neogriegos, poco grata a los autores de la «catharévusa», o de popularismos templados, por meros prejuicios formales y lingüísticos, apareció más tarde como elemento de juicio crítico negativo, o al menos como reserva preliminar que proyectaba su sombra sobre toda valoración. Estamos en presencia de un mundo arcádico con luminosidad de idilio, en el que tremendas tempestades se disuelven en claridades de nueva pureza; notas de ansia que apenas tiemblan, o ternuras nostálgicas.
Los escenarios son evocados con riqueza de expresiones verbales, analíticas, pero palpitantes; aparecen figuras graciosas y fugaces, mucha- • chas que van a la fuente, fáciles al galanteo, serenatas al pie del balcón, campesinos, pastores entre zampoñas, flautas, baladas, murmullos y todos los elementos maravillosos de una fantasía medieval y popular con su bagaje de hadas, de encantamientos, de reyes y princesas, de dramas de amor y de increíbles entregas, y bodas felices. La dicha de este mundo arcádico se revela como conquista, como liberación. Innegables acentos de lirismo intenso y sufrido se nos aparecen por otra parte, descubren en el poeta una gran naturaleza imaginativa, una preciosa virginidad.
Las conquistas técnicas, bien sensibles en el examen de los versos (véanse, entre otros, algunos pequeños mimos, y especialmente en uno, «El nacimiento», la sorprendente viveza del «antilabé»), aparecerán las más veces como seguras conquistas expresivas. Son de un tono más bien mediocre casi todas las composiciones póstumas incluidas en esta Colección.
F. M. Pontani