Poemas Sinfónicos, Franz Liszt

[Poèmes Symphoniques]. Composiciones para orques­ta de Franz Liszt (1811-1886). Durante largo tiempo, en Liszt compositor se reconoció con preferencia al autor de las aplaudidas paráfrasis, de las magistrales transcripcio­nes, de las brillantes Rapsodias húngaras (v.); obras, éstas, que revelan al admirable renovador de la técnica instrumental o al genial improvisador, pero que no eran cier­tamente representativas de la más auténtica invención creadora del músico húngaro.

El objeto verdadero y supremo de su larga vida de artista fueron, en cambio, para Liszt los problemas creativos; los Poemas sinfó­nicos, la Sinfonía Dante (v.), Faust (v.), y los Años de peregrinación (v.) represen­tan otras tantas etapas resolutivas de este gran problema, que nos conducen directa­mente a la idea central de la llamada «mú­sica de programa». Al tomar la defensa de ésta, Liszt no adopta actitudes de innova­dor, sino de continuador, y hace remontar sus orígenes a los tiempos del puro clasi­cismo; cita a Bach y su Capricho sobre la marcha del hermano, a los clavicembalistas franceses y sus composiciones con los títu­los más diversos, fantásticos y singulares; indica en Beethoven al artista que con Egmont (v.), con la Sinfonía n.° 3 (v.), Heroi­ca, y con la Sinfonía n.° 6 (v.), Pastoral «ha abatido con mano poderosa el primer árbol de un bosque que fue él el primero en conocer».

Además del parentesco artístico con Beethoven, también el músico húngaro reivindica para sí el parentesco con Berlioz; la calurosa defensa que hace del Harold en Italia (v.) es testimonio suficiente. Con todo, debemos observar, a propósito de este último parentesco, que es menos íntimo y profundo de lo que a primera vista puede parecer, puesto que el poema sinfónico lisztiano está en definitiva más cercano a la música pura que a las realizaciones parale­las de Berlioz. Entre ambas concepciones extremas de «música que se expresa única­mente a sí misma» y de «música que per­sonifica, cuenta y describe», la de Liszt puede ser colocada en el centro, según la definición del propio músico: «la música es, entre todas las artes, la que expresa los sentimientos sin darles una aplicación di­recta, sin revestirlos de la alegoría de los hechos narrados por un poema.

Hace bri­llar y revivir las pasiones en su esencia, sin ser obligada a dar de ellas representación alguna, real o imaginaria». Los Poemas sin­fónicos, en número de doce, representan varias soluciones del problema fundamental que nos propone el músico: realizar una síntesis del elemento poético y del elemento sonoro, por medio de una forma libre de los esquemas de la Sinfonía clásica, en la que varios «tiempos» son condensados por Liszt en un «tempo» solo. En «Prometeo» [ «Prometheus» ] el autor ha querido tra­ducir en sonidos el pensamiento fundamental de una «desolación triunfante»; y en «Orfeo» [«Orpheus»], el símbolo de la misión del arte que modera y ennoblece los instintos humanos, el carácter «serenamente civilizador de los cantos, que irradia toda obra de arte». Motivo inspirador del poema «Hungría» [«Hungaria»] es una poesía en­viada al músico en 1840 por el poeta Vorósmarty, que evoca las luchas, los sufrimien­tos, las glorias de su patria; en «Hamlet» —especie de preludio al drama de Shakes­peare — se intenta una traducción musical del alma complicada y atormentada del pro­tagonista en contraste con la melancólica gracia de Ofelia.

El poema «Fiesta» [«Festklánge»] es una libre y viva evocación de la visión que el título sugiere; mientras que en Mazeppa (v.), en la «Batalla de los Hu­nos» [«Hunnen Schlacht»] y en «Tasso, la­mento y triunfo», Liszt utiliza (con menor eficacia en el último que en los dos pri­meros) el principio del contraste entre el elemento lírico y el dramático. Un poema de Schiller ha inspirado «Los ideales» [«Die Ideale»], cuya arquitectura se diferencia de los demás poemas por un escrúpulo ma­yor de fidelidad al texto literario y cuyas estrofas están asociadas en la partitura con los diversos episodios musicales: Los Prelu­dios (v.) y Lo que se oye en la montaña (v.) se basan en Lamartine y Victor Hugo; «Elegía heroica» se propone un canto que evoca el destino de la humanidad, la contemplación del dolor, la supremacía del espíritu sobre la materia.

A estos doce poe­mas sinfónicos Liszt hizo seguir en 1881 un decimotercero : «De la cuna a la tumba» [«Von der Wiege bis zum Grabe»], muy pa­recido en la forma a la Sinfonía Fausto (v.), también en un solo tiempo, en tres partes enlazadas; la primera, «La cuna», de carác­ter dulce y sereno; la segunda, «La vida, la lucha», animada y dramática; la tercera «La tumba», en la cual se representan bajo nuevos aspectos los términos de las partes precedentes. Como se ha visto brevemente, con los Poemas Sinfónicos — escritos entre 1848 y 1881 — Liszt ha intentado dar vida musical en una forma nueva a una gran variedad de estados de ánimo, de visiones, de anhelos humanos; si no todos estos pro­blemas alcanzan el mismo nivel de cum­plida perfección de arte, ocupan con todo, tomados en su conjunto, y con las dos sin­fonías «Dante» y «Faust», un lugar entre los más significativos de la música sinfónica del siglo XIX.

L. Córtese

Esta creación brillante y fecunda será, para la posteridad, su más bello título de gloria. (Saint-Sáens)