Peregrinaciones de Franz Stern-Bald, Ludwig Tieck

[Franz Stembalds Wanderungen]. No­vela del poeta alemán Ludwig Tieck (1773- 1853), escrita en 1797-98 y que, publicada en Berlín en dos volúmenes, en 1798, no llegó a ser terminada.

Inspirada en la concepción mística del arte propia de Wackenroder (v. Efusiones del corazón) y en el Wilhelm Meister (v.) de Goethe, la novela se propone seguir, a través de las peregrinaciones de Franz Stembald (v.), joven pintor discípulo de Dürer, las diversas etapas de la iniciación artística. Primera expresión artística del es­teticismo fantaseador y soñador, tan en boga entre los románticos alemanes, su resonancia fue muy grande, hasta preocupar al viejo Goethe, que creó irónicamente los neolo­gismos «Wackenrodisieren, sternbaldisieren». Goethe estaba en lo cierto. Lo que la novela ofrece — más que un conjunto de bien indi­vidualizados personajes o el desarrollo ce­rrado de una acción — es la descripción lírica de un modo de sentir y de vivir, la sugestiva evocación de una atmósfera poé­tica.

Es la poesía del arte como valor reli­gioso y como supremo sentido de la vida, ante el cual todo lo demás palidece. Es la poesía de una vida en la que se excluye, como extraño y hostil al espíritu, todo lo que no lleva al arte, a la poesía o al canto. El vivir se convierte, por tanto, en un perenne «wandern», en un «pasar por el mundo» experimentando- emociones, soñan­do, cantando, al margen de todas las acti­vidades prácticas. Precisamente por esto la mejor parte del libro es la primera, en la que el joven pintor, dejando la Nürenberg de Dürer para ir a Flandes, va vagabun­deando de ciudad en ciudad, de país en país, sin otra meta que la de llegar por fin a conocer en la nórdica ciudad flamenca al «maestro de maestros», a Lukas van Leiden.

La serena paz de los rientes valles de la Franconia bávara, con sus pueblos, con sus burgos y castillos góticos, y la idílica sen­cillez de la vida de las pequeñas y laborio­sas ciudades flamencas, están evocadas con colores delicados y mano leve; si algún detalle particular — por ejemplo en los co­loquios entre fra Lukas y su antiguo alum­no Dürer — parece ingenuo y algo «ama­nerado», de todos modos siempre conserva gracia y gentileza. Cuando Tieck escribió esta primera parte de la novela, Wackenroder vivía todavía, y aunque éste no inter­vino en ella, la obra es en cierto modo expresión del fervor de sentimientos común a ambos. En febrero de 1798 murió Wackenroder; como no podía menos, la segunda parte no aparece ya vivificada por aquel espíritu humilde, devoto y fervoroso. Tieck se propone el problema del coronamiento dé la educación artística de Stembald a través de la experiencia directa del arte italiano.

Es el gran problema que ya había propuesto Goethe dentro del espíritu del cla­sicismo, y Heinse en el espíritu del «Sturm und Drang» (v.) con el Ardinghello. Tieck fue el primero en plantearlo a la luz del pensamiento romántico. Pero el problema quedó como objeto teórico de discusiones, sin que se convirtiera en representación directa e inmediata de la vida. Falta la renovación interior del pintor y de su arte. El propio «viaje a Italia» queda a medio camino, entre una serie de novelescas aven­turas; el poeta ni siquiera lleva a su héroe a Roma. El proyecto de una tercera parte en la que Stembald habría debido llegar a Roma durante el saco de la ciudad, no llegó a realizarse nunca. En conjunto, Ita­lia no era un mundo que Tieck sintiese per­sonalmente con profundidad. Lo mejor de la segunda parte son los numerosos «Lie- der» con que se animan las descripciones de la naturaleza y los análisis de varias obras de arte, particularmente expresivos de la sensibilidad romántica.