[Pénélope] Grandísimo interés despierta, por el contrario, la ópera en tres actos Gabriel Fauré (1845-1924), sobre libreto de René Fauchois, estrenada en Montecarlo en 1913.
Después de un preludio, que constituye una «presentación» musical de las figuras de los protagonistas, Ulises (v.) y Penèlope (v.), un coro recita el argumento: ausencia de veinte años de Ulises, fidelidad de Penèlope, insistencia de los pretendientes. En el primer acto, mientras Penèlope reafirma su fe en el retornode Ulises, el héroe llega con el aspecto de un viejo pordiosero que implora hospitalidad. La música de estas escenas, unidas a la idea dominante del retorno de Ulises, se desarrolla con medios relativamente simples y adquiere acentos de una grande y noble expresividad.
El segundo acto se inicia con un diálogo nocturno entre Eumeo y un pastor: página idílica, entretejida de delicadas armonías. Sigue una escena muy movida entre Penélope y Ulises, quien, sin darse a conocer aún, aconseja a Penélope que se entregue tan sólo a aquel que tenga la fuerza suficiente para tender el arco de Ulises. El acto termina con una peroración orquestal de gran intensidad que contrasta con el lirismo del duelo precedente, después del anuncio de Ulises a sus partidarios: «¡Yo soy Ulises, vuestro rey!». El tercer acto se inicia con una página ruda e impetuosa: Ulises ha hallado de nuevo la espada de Hércules; y termina con la matanza de los pretendientes. La ópera se cierra con un coro triunfal, que exalta la felicidad de Penélope y de Ulises.
En el drama la intuición creadora del músico confiere vida y verdad a las palabras y a los actos de los personajes; la inspiración se mantiene tensa y elevada. Como afirma Charles Koechlin, el más autorizado biógrafo de Fauré, en Penélope el autor se revela como un auténtico músico de teatro, en el sentido más elevado del término. Esta obra es evidente que debe colocarse en un plano estético muy próximo al de Pelléas et Mélisande (v.) de Debussy o de Ariane et Barbe-bleue (v.) de Dukas. Gabriel Fauré, sin debilidades, sin concesiones ni artificios, sabe conservar, escribiendo para el teatro, su carácter de músico puro, y realizar un drama en el que las llamadas «necesidades escénicas» son mantenidas dentro de los límites de lo puramente indispensable, y cuya construcción está basada en leyes esencialmente musicales.
L. Cortese