Peer Gynt, Edvard Grieg

El mismo título Peer Gynt tienen dos «suites» orquestales (op. 46 y op. 55) de Edvard Grieg (1843-1907). Grieg tenía poco más de treinta años cuando el cincuentón Ibsen, gloria nacional noruega, le invitó a componer la música para el drama fantás­tico y alegórico que había terminado pre­cisamente por entonces.

En 1876 la repre­sentación de Peer Gynt en Oslo obtenía un éxito excepcional, al que no fueron extra­ños los veintidós números de la música de escena compuesta por Grieg. Sólo ocho de estos números se han conservado en las «suites» de concierto, y entre los excluidos hay alguno de valor notable, como la can­ción de cuna de Solveig en el último acto. Tal como están ordenadas, las dos «suites» no siguen el orden del argumento, sino un criterio elemental de variedad en la alter­nancia de movimientos musicales. La pri­mera comienza con «la mañana», fresca im­presión sinfónica, en la que el ánimo del hombre se abre en confiada embriaguez al día que nace: es la mañana que sigue al rapto de Ingrid y a la fuga por los montes.

En estos breves trozos, por necesidad ilus­trativos y exteriores, es donde Grieg ha logrado hacer vibrar la palpitación del sen­timiento de la naturaleza y de los paisajes nórdicos, lo que constituye el mérito de sus mejores cosas. Sigue la expresión pesada y abatida de la «Muerte de Ase», la vieja madre de Peer Gynt; después la célebre «Danza de Anitra», trozo vivaz y de buen efecto; el colorido oriental exigido por la situación no se eleva sobre la genuina cualidad étnica de los ritmos escandinavos. Otro trozo de color y de excelente efecto es el que termina la primera «suite»: «En el palacio del rey de la montaña», en el cual el ritmo pesado que pasa de las sono­ridades más profundas a los mayores agu­dos de la orquesta, evoca certeramente la criatura fantástica creada por Ibsen, según la fábula de la brumosa mitología nórdica.

La segunda «suite» comienza con lo que es el primer trozo según el orden cronológico del argumento: el «Rapto y el lamento de Ingrid», en el que se alternan expresiones de furioso despecho con expresiones de dolor. Sigue una «Danza árabe», de orien­talismo vulgar, pon movimientos rítmicos de ballet de ópera. La «Vuelta a la patria, de Peer Gynt» es la descripción orquestal de una tormenta nocturna en la playa: re­cuerda demasiado abiertamente la obertura del Buque, Fantasma (v.), pero no carece de vigor en su movimiento apremiante, en el que se confunden la furia de los elemen­tos y la agitación del ánimo de Peer Gynt.

La perla de la partitura es el último núme­ro, «La canción de Solveig», que con su expresión íntima y penetrante, con su ar­monización sabrosa y sustanciosa, se eleva muy por encima del valor gené­ricamente ilustrativo de las dos «suites» y profundiza musicalmente una verdadera realidad humana, un carácter. En cuanto al resto, puede admitirse que los valores simbólicos y alegóricos del fantástico drama ibseniano encuentran bien poca continua­ción en la música de Grieg.

M. Mila

Música íntima, sugestiva, intangible. (D. G. Masón)