Nació en París el 7 de junio de 1848, murió en Atuana (islas Marquesas) el 8 de mayo de 1903. Descendía por línea materna de un virrey del Perú y en Lima pasó algunos años de la infancia. G. conservó el recuerdo de aquella infancia peruana, aunque los diez años de una vida gris que a continuación pasó en la provincia francesa, en Orléans (de 1855 a 1865), impulsaron a la rebelión al taciturno y extravagante muchacho: en efecto, a los diecisiete años abandona los estudios y se alista en la Marina mercante.
Pasa seis años en el mar; después, muerta su madre, se resigna a un empleo de Banca en París. Diez años se mantuvo así, durante los cuales se casó con la danesa Mette Gad, que le dio cinco hijos. Fue en aquel tiempo cuando se dedicó a pintar y a relacionarse con pintores, especialmente con Pissarro; y desde entonces se volvió claro y expedito el camino de su vida: la pintura, como el destino ordenaba, le ilumina y le guía. En 1883 abandona el Banco, se aventura en Normandía y en Dinamarca sin encontrar trabajo, decide entonces pintar y nada más, desligándose de cualquier vínculo. La mujer no lo acompaña, ni siquiera espiritualmente. Hasta la muerte de su hija, en 1897, una penosa e ininterrumpida correspondencia lo mantendrá aún ligado a ella; perdida Alina, el padre no dará ya señales de vida.
Pero en la choza en que fue encontrado su cuerpo, totalmente llagado y ya frío, Mete y los cinco niños lo habían visto morir desde una gran fotografía colgada en la pared. «Je ne connais l’amour», había escrito amargamente un día. Y no importa que muchas mujeres, blancas mulatas y maoríes hayan vivido junto a él, en París o en Polinesia; no importa que la pequeña Tehura, la esposa tahitiana de trece años, le haya amado mucho; nadie habría podido romper el cerco cristalino de la soledad en que actuaba y sufría su difícil liberación. De esta liberación, los primeros lugares fueron París y Bretaña, con el único intervalo de una estancia en la Martinica en 1887: en París, donde vivió junto a un hijo suyo de cinco años (muerto después muy joven), compartiendo con él hambre, frío y enfermedades en 1885, teniendo que dedicarse a pegar anuncios para ir tirando, y donde conoció a Van Gogh, con el que viviría algunas semanas en Arles en 1888; en Bretaña, donde se reunieron en tomo a él, en Pont Aven, los jóvenes pintores que en 1889, defendiendo la poesía simbolista, presentaron en París, en el Café Volpini, la famosa exposición de pintura «cloisonniste» o «synthétiste», categóricamente antiimpresionista.
Son del período bretón las primeras obras importantes de G., su invención de un lenguaje al que habrían de referirse todas las corrientes pictóricas posteriores. Un lenguaje riguroso y grave, de extrema concisión plástica, que volvía a traer al centro humano («…la nature, la forcé intérieure…») una pintura cuyo ídolo más reciente había sido el aspecto de las cosas. Pero a G. no podían interesarle la formulación y la ilustración de teorías. Él se contemplaba a sí mismo y oía venir de lejos a su destierro de bárbaro en la griega Europa voces primitivas de una atracción irresistible. Así, en 1891, volvió a marcharse. Se estableció en Tahití y allí permaneció hasta 1893 para regresar en 1895, después de un viaje a Francia en donde sólo le quedaba un amigo, Daniele de Monfreid.
En Tahití pintó sus más célebres telas. Desilusionado y abatido, pero inexorable consigo mismo y decidido a «marcher tout droit et fermement», su sensibilidad se agudece en el silencio interior cada vez más tranquilo y puro, se confunde con su mismo pensamiento, separa al hombre miserable de su miseria, para levantarlo hasta los umbrales del misterio. En 1901 abandonó Tahití para establecerse en el más salvaje país de Atuana, en las Marquesas. Se había despojado de todo, vivía como los indígenas, con ellos, y por defenderlos contra los abusos de la administración colonial sufrió denuncias, burlas, condenas; sólo la muerte podía salvarlo ahora de la cárcel, de la ceguera, de la desesperación. A principios de mayo llegó la muerte, precedida de una inconfesada fatiga de sol y acompañada piadosamente de la nostalgia: junto a él, en el caballete, había todavía fresca su última tela: un triste pueblo de Bretaña cubierto de nieve.
Además de sus cuadros, G. dejó su correspondencia con Monfreid, con su mujer y con otros amigos, reunida más tarde en volúmenes, y diversos libros en prosa, algunos de los cuales están escritos en forma de diario y adornados con esbozos y dibujos: Cahiers pour Aline (1893), Diverses choses (1896-97), Noa-Noa (1900, v.), Notes syntétiques (en Vers et Proses, julio- septiembre, 1910), Racontars d’un rapin (1902-14), Avant et aprés (1903-24).
G. Veronesi