Novelas Cortas, Paul Heyse

Son más de cien, algunas en verso, pero la mayoría en prosa, publicadas entre 1855 y 1904, y representan lo mejor de la producción ar­tística de Paul Heyse (1830-1914), ya que su arte reside principalmente en la rápida concisión de la representación, en la forma perfectamente acabada del cuento breve.

Muy apreciada por sus grandes contempo­ráneos realistas, Storm, Keller, Fontane, su obra no tiene, sin embargo, aparte algu­nos casos, la poderosa vitalidad que hace actual la obra de estos últimos fuera ya de su tiempo y de su mundo. En Heyse se fusionan las concepciones estéticas del Clasicismo (v.) con los gustos de la bur­guesía culta y acomodada de la segunda mitad del siglo XIX; asperezas y fealdades  no figuran en su mundo, completamente sereno y luminoso, tal como fue su vida.

El episodio narrado no tiene una gran im­portancia, los méritos consisten en la for­ma armoniosamente cincelada, en la plas­ticidad, en el color. La teoría del cuento, según Heyse, es la llamada del «halcón», es decir, debe representar una situación humana en la que intervenga una aventura análoga a la determinada por el «halcón» del cuento de Boccaccio, en que la bella desdeñosa, en cuanto come el corazón del halcón de su caballero, cede a su amor.

Heyse empezó con sus Cuentos en verso [Novellen in Versen], publicados uno tras otro desde 1851 y recogidos más tarde en dos ediciones, una de 1863 y otra de 1870, en que el poeta pone de manifiesto una extraordinaria habilidad en el empleo de toda forma posible de estrofa y de metro. El más notable es «La salamandra» [«Der Salamander»] (1870), diario de viaje en tercetos, en que el protagonista a duras penas consigue salir de los lazos de una vampiresa, que seduce a un hombre tras otro, pero que ama siempre y solamente a quien la ha abandonado.

Los cuentos en prosa empiezan con una primera colección de 1855, La enfadada y otros cuentos. «La enfadada» fue la revelación del artista y tuvo un éxito prodigioso. Delicado y con­movedor es también el gentil idilio entre dos muchachos ciegos, titulado «Los cie­gos» [«Die Blinden»]. La segunda colec­ción, de 1858, contiene «La muchacha de Treppi» [«Das Mädchen von Treppi»], uno de los más notables: graciosa historia de dos amantes, que en un juego de amor se atraen y se rechazan, se buscan y se encuentran.

El amor es el argumento prin­cipal de la obra de Heyse. La tercera co­lección, de 1859, contiene, además de «Morenita», «Los solitarios» [«Die Einsamen»], etc., una simpática exaltación de la feli­cidad familiar, tal como la conoció el mis­mo poeta, en tono levemente chistoso, aun­que rico en sentimiento: «La felicidad de Rothenburg» [«Das Glück von Rothen­burg»]. Un joven pintor, nacido en la pe­queña e idílica ciudad de Rothenburg, vive una serena vida burguesa con su familia.

Una rusa fascinadora, que encuentra por casualidad, le propone acompañarla en un viaje artístico por Italia, que, ensanchando sus horizontes, le levantará por encima de la mediocridad. Entusiasmado, él enseña de momento a la extranjera las bellezas de su ciudad, introduciéndola en la inti­midad de su pequeña familia. Pero junto a la amable esposa del pintor y a sus hijitos, la mujer vagabunda e inquieta co­noce por vez primera la dulzura de una tranquila vida familiar y es ella misma quien le aconseja al pintor que se aleje del peligroso juego que le proponía; la verdadera felicidad, para él, está entre las paredes domésticas: tranquila afirmación de un ideal burgués aunque honesto y sereno, como fue el del poeta.

En la colección de 1862hay un cuento, con algo de estampa litografiada, que recuerda a C. F. Meyer, «Andrea Delfín», cuadro histórico interesan­te de la época de la Inquisición en Venecia, con una dramática historia de violentas venganzas llevadas a cabo por un caballero friulano cuya familia había sido extermi­nada por la refinada crueldad de la Re­pública. Bajo la máscara de un pobre es­cribano y de espía del gobierno, el prota­gonista apuñala a un inquisidor tras otro, hasta que, por equivocación, mata a su propio amigo.

En la colección Cuentos de Merano [Meraner Novellen] hay el triste y delicado episodio de un último amor: «In­curable» [«Unheilbar»]. De 1869 es la co­lección Cuentos morales [Moralische No­vell en], y de 1871 la que contiene el co­nocido cuento «La bordadora de Treviso» [«Die Stickerin von Treviso»], sobre el fon­do . histórico de la lucha entre la ciudad de Venecia y la de Treviso en el siglo XIV. Aparte de un pesado y superfluo cuento que sirve de marco, la acción central es narrada con viva eficacia y el cuadro de la época es excelente.

Attilio Buonfiglio, liberador de Treviso, su ciudad natal, ini­cia un breve y ardiente idilio con la «rubia Juana», hermosa conciudadana que ha bor­dado el estandarte para su entrada triun­fal. Su felicidad dura poco: Attilio ha de casar con una joven, Scarpa de Vicenza, para celebrar la conciliación entre las dos ciudades; pero el hermano de ella, Lorenzaccio, que le odia por las victorias que él ha conseguido, lo mata durante un torneo.

En la misma colección se encuentra «El último centauro» [«Der Letzte Zentaur»], que es tal vez el cuento de Heyse más rico en originalidad y humorismo. Na­rra la aparición de un verdadero centauro, que se despierta de un sueño de miles de años, en una fiesta tirolesa. Hasta 1895, casi sin interrupción, aparecen unos quince volúmenes más: notable, entre los Cuentos trovadorescos [Die Troubadournovellen] de 1882, «La poetisa de Carcasona» [«Die Dichterin von Carcassonne»], de la época de las guerras de los albigenses.

Una de las úl­timas colecciones es Cuentos del lago de Garda [Novellen von Gardasee], de 1902; el fondo del paisaje italiano es muy apre­ciado por este poeta, quien, sin embargo, representa el alma del pueblo de una ma­nera más bien convencional. Heyse, en su concepción serena, optimista y algo su­perficial de la vida, ha luchado contra la joven generación del naturalismo, que sin embargo le ha superado por la profundidad de los problemas tratados y la valiente pe­netración en la complicada y dolorosa rea­lidad de las humanas vicisitudes; sin em­bargo, él queda como un maestro del arte narrativo, aun cuando de su abundante producción solamente los mejores frutos tienen vida duradera.

C. Baseggio-E. Rosenfeld