Son 214, distribuidas en cuatro partes, publicadas las tres primeras en 1554 y la última, en edición póstuma, en 1573. Matteo Bandello (1485- 1561) las empezó a componer en su juventud y siguió haciéndolo a lo largo de su vida, hasta una edad avanzada.
No siguió ningún orden en su recopilación ni quiso, como otros novelistas que seguían las huellas de Boccaccio, presentarla encerrada en un friso narrativo; sino que, siguiendo el ejemplo del Novellino (v.) de Masuccio Salernitano, hace preceder a cada novela de una carta dedicatoria, en la que, fingiendo ser solamente el relator de la novela explicada por otros, habla de las circunstancias que reúnen al conjunto de los espectadores, de sus charlas, de la ocasión que dio pie a la narración y traza de ese modo un fondo histórico a su novela, reuniendo en torno a sus personajes, verdaderos o imaginarios, a gentilhombres, damas, religiosos y guerreros, literatos y artistas de su época.
Es muy tenue la base histórica de las conversaciones que Bandello refiere y que casi siempre, con toda probabilidad, se inventó, mezclando ficción con realidad. Por eso el valor documental de dichas cartas, contrariamente a lo que se creyó en cierta época, es bastante escaso; el interés que siempre han suscitado deriva, en cambio, de los nombres mismos de las personas a quienes las novelas son dirigidas o que son recordadas en las cartas, y de la ilusión que tenemos de acercarnos a su vida cotidiana, de entrar en su familiaridad.
Si bien se mira, no ha sido otro el interés que movió al autor a componer dichas cartas; hermano dominico y, durante algunos años, los últimos de su vida, obispo de Agen (Francia), pero sobre todo hombre de negocios y traficante, experto en asuntos diplomáticos y familiar de personajes más o menos importantes de la política y de las armas, Bandello, desterrado a Francia, después de una vida aventurera, debió de complacerse evocando, mientras esperaba recopilar sus novelas, «a las mujeres, los caballeros, las preocupaciones y los asuntos», reconstruyendo mentalmente el mundo que había sido suyo.
Así nos lleva de las cortes a los claustros, de los campamentos militares a los lugares de veraneo y de baños, de los pinares de Rávena y de las orillas del Garda a su país nativo, Castelnuovo Scrivia. A menudo la discusión referida en la carta prosigue en la novela, en boca del narrador antes de que empiece su fábula, de modo que la novela comprende algún fragmento de vida real.
Y las cartas y novelas nos sitúan ante Leonardo, que trabaja en el convento de las Gracias, y ante Nicolás Maquiavelo, que, ensimismado en sus teorías de arte militar, se fatiga inútilmente ordenando, según su sistema, las tropas de soldados (aunque afortunadamente Juan de las Bandas Negras, en un abrir y cerrar de ojos, vuelve a poner orden en las filas); Francesco Guicciardini, gobernador de Módena, «que ya sabéis — dice el narrador — lo rígido que era en cuestiones de justicia y cuán diligente inquisidor», y Bembo, Berni, Castiglione y Fracastoro; Gian Luigi Fiesco, de quien se recuerda la levantisca altivez, el singular valor y el trágico fin; Francesco Gonzaga, marqués de Mantua, «que en su juventud iba por Mantua, de noche, completamente solo, con la espada y la rodela, que con cuantos encontraba quería a las malas pelear y discutir con las armas en la mano, y lo conseguía las más de las veces», y su consorte, Isabel de Este, con sus libros, sus músicos y sus «perritos».
Tales son los retratos y escenas de Bandello, que no tienen pretensiones artísticas y que, sin embargo, llegan vivos hasta nosotros por el gusto, casi periodístico, que el autor siente por la vida real, por el placer que experimenta moviéndose entre aquellas cosas y aquellos hombres, discutiendo y oyendo discutir. El mismo espíritu y los mismos méritos se encuentran en sus novelas, con las que el escritor no se propone otro fin que deleitar, gracias a la variedad y singularidad de aventuras y humores.
Para eso, Bandello recogió con cuidado sumo de la vida y de los libros cuanto podía ser asunto de novela (y escribió muchas más novelas de las que publicó, pues parte de sus manuscritos se perdieron. en el saqueo que los españoles hicieron en Milán): episodios célebres, históricos o semihistóricos de la Antigüedad y de la Edad Media y de épocas más recientes, como los de Lucrecia y Sexto Tarquino, de Masinisa y de Sofonisba, de Seleuco y de Estratónica, de Rosamunda, de Buondelmonte, de Hugo y Parisina, y hechos de la crónica negra de la época, como los crímenes de la condesa de Challant, del luqués Simon Turchi, de los hermanos de la duquesa de Malfi, anécdotas, verdaderas o legendarias, sobre personajes de la reciente historia italiana y europea, y motivos tradicionales de la novelística, ya pasados a través de varias elaboraciones.
Tito Livio, Maquiavelo, Paolo Giovio, los tratados morales de Pontano, las Crónicas de Aquitania, las Vidas (v.) de Vasari, novelas antiguas y recientes, como, entre las últimas el Romeo y Julieta (v.) de Da Porto, y alguna del Heptamerón (v.) de Margarita de Navarra: éstas y otras muchas son las fuentes de Bandello, quien reduce la variada materia, a su prosa fácil y llana, ya sencillamente parafraseando y traduciendo, ya refundiendo con mayor o menor profundidad los asuntos ofrecidos por sus lecturas o por la tradición.
Alguna vez, especialmente en los momentos más patéticos, considera incluso que ha de realzar con mayor arte su tema, elevando el discurso con desarrollos retóricos del peor gusto; pero, en general, escribe con la libertad del discurso hablado. Y «habladas» son precisamente sus novelas, que no terminan, como lo poético, en límites bien definidos, sino que pasan de un tema a otro con la volubilidad de la charla.
Diríase alguna vez que Bandello, inconscientemente, pasa cerca de un asunto poético y, sin darse cuenta, lo abandona: al usurero santurrón, que induce a San Bernardino a predicar contra la usura, para hacer mejores negocios, y a Parisina, que condenada a muerte por adulterio con su hijastro, «no hacía otra cosa, de día y de noche, sino llamar a su señor Ugo: de modo que los tres días seguidos que permaneció en la cárcel, se los pasó nombrando siempre al conde Ugo, hasta que murió.
Sólo alguna novela se distingue por un desarrollo más coherente que la eleva casi a un nivel artístico: la novela del intercambio de burlas, refinado y cruel, de la dama lombarda y de su joven enamorado; la del desterrado milanés que desafiando todo peligro entra a escondidas en Milán para volver a ver a su adorada (Stendhal se acordará de ella más de una vez); la de la gentil burla hecha por un pintor veronés a Bembo.
La novela en la que quizás es más evidente el estudio de una representación de carácter es la del campesino que responde con altanería de macho y brutalidad aldeana a las provocaciones lascivas de su señora. Y casi a obra de arte llegan, más de una vez, las anécdotas, como la del predicador y del loco Marcone, o de Bernardino del Feltre y de su interruptor, precisamente por la modestia del argumento que no excede de los límites del narrador.
Éste no carece de gracia, como lo demuestra en la patética novela de Giulia Gazuolo, la joven pueblerina que se mata para no sobrevivir a la violencia de que ha sido objeto, ni carece de humana experiencia, como lo demuestra en las novelas, que no son pocas, de tema erótico, y más aún en la defensa que atrevidamente hace de ellas, declarando que una cosa es conocer el mal y otra hacerlo y definiéndose como «hombre terenciano» que «no consideraba ajena ninguna cosa humana».
Y no es del todo errónea esta manera de pensar; pues si algunas groserías chocan con nuestro gusto, no hay en él la complacida lascivia del Aretino y permanece, tal como quería, «hombre terenciano», incapaz, a decir verdad, de contemplar con la visión superior de un artista y de un pensador la diversa humanidad recopilada en sus novelas, pero en su mediocridad aceptada y confesada, espíritu fundamentalmente sano, novelista de su época, que ofrece a los contemporáneos y a los seguidores un material rico y variado como alimento de la imaginación y estímulo a la reflexión y la fantasía.
De ahí la importancia cultural de sus novelas, que si éxito tuvieron en su patria, mucho más aún lo tuvieron fuera de Italia: recuérdese que de tres novelas de Bandello, Shakespeare extrajo de la traducción francesa el argumento para la tragedia Romeo y Julieta (v.) y las comedias Mucho ruido por nada (v.) y La noche de Epifanía (v.), y que en el novelista lombardo se inspiraron, entre otros, Stendhal, Byron y Müsset. [La primera traducción castellana, procedente de la versión francesa de Pierre Bouistau y François de Belleforest, es la de Juan de Millls Godínez, que lleva por título: Historias trágicas ejemplares sacadas de las obras del Bandello Veronés (Salamanca, 1589), que consta únicamente de 14 novelas y fue varias veces reimpresa.
Modernamente existe un volumen de Novelas escogidas, traducidas por José Feliu y Codina (Barcelona, 1884)].
M. Fubini
Bandello es… un Ariosto en prosa. (Symonds)
El escritor que reunió en una especie de última síntesis el espíritu de la prosa narrativa de la Italia del siglo XVI. (F. Flora)