Monumento Erigido al Escrito «de las Cosas Divinas» del Señor Jacobi, Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling

[Denkmal der Schrift von den göttli­chen Dingen des Herrn Jacobi]. Obra de polémica filosoficorreligiosa del filósofo ale­mán Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (1776-1854), impresa en 1812.

Jacobi había publicado en 1811 el ensayo De las cosas divinas y de su revelación (v.), en las cuales culminaba toda su filosofía. En él proclama el valor absoluto de la religión como inmediatez del sentimiento espiritual, que trasciende la demostración absoluta del concepto, con un salto de la realidad na­tural a la causa inteligente y personal del mundo, sin que por este sentimiento nos diga nada determinado en torno a esta causa personal; indeterminación de intui­ción íntima que plantea la diferencia en­tre este conocimiento y el del Dios con­cebido como postulado de la razón práctica. Se trataba para Jacobi de una fe racional, sí, pero como sentimiento de la realidad inteligible más que como razón normativa de la moral. Se apartaba, pues, en este pun­to de la doctrina kantiana. Era necesario escoger entre una filosofía demostrativa, pero necesariamente fatalista, panteística o atea, y la creencia en un Dios personal, el teísmo. La filosofía de Schelling, muy llena de naturalismo y panteísmo, no podía ser sino atea. Schelling, en su réplica, no contento con cubrir a su adversario de ri­dículo, intenta defenderse a sí mismo y a su filosofía de aquella acusación.

En una primera parte expone la génesis de la doc­trina de Jacobi, la de las Cartas a M. Mendelssohn (v.), que identifica toda doctri­na demostrativa con el fatalismo. En una segunda parte examina sucesivamente todos los argumentos de esta tesis, apoyán­dose en la naturaleza de la demostración. Lo que se puede deducir de su principio — dice Jacobi — es inferior o, a lo más, igual al contenido de ese principio; por esto es imposible demostrar la existencia de Dios, porque sería necesario poner lo perfecto an­tes que lo imperfecto. Schelling le opone su principio general de que todo ser evolucio­nado es el resultado final cuyo punto de partida es el ser no evolucionado o implíci­to; esto es, la. naturaleza o el fondo de la existencia. El razonamiento mismo es un paso de lo implícito a lo explícito, no ya de lo mismo a lo mismo, ni del todo a la par­te. Por esto, el naturalismo puede conciliarse con el teísmo, dos sistemas que Jacobi ve opuestos de modo irreconciliable. Si la filo­sofía, como quiere Jacobi, fuese necesaria­mente atea, dada la necesidad social del teísmo, sería menester perseguir en nombre de la sociedad a todos los librepensadores; si un teísmo ha de existir, deberá estar fun­dado sobre la ciencia; la simple idea de que exista un Ser, sin que se sepa nada de sus efectos o relaciones (tal era el «senti­miento indeterminado religioso» de Jacobi) es el más vano y defectuoso de los cono­cimientos.

Suponer que Dios existe desde el principio como ser perfectísimo es una afirmación injustificada, porque si él estu­viera en real posesión de la perfección su­prema, no hubiera tenido motivo para crear tantos seres imperfectos, cuya producción lo hubiera hecho menos perfecto que antes. Nos es imposible concebir un ser conscien­te sin admitir en él una fuerza negativa, como es imposible pensar un círculo sin centro. Toda conciencia es concentración, recogimiento, comprensión de sí mismo; y la potencia del bien debe manifestarse contra toda cosa que no sea un bien, pero un bien posible, interno, oculto. El objeto final, supremo, de la ciencia es precisamen­te el conocimiento de ese Dios, ser perso­nal, meta de sus esfuerzos; precisamente lo contrario de la acusación de Jacobi. La tercera parte de la obra es de carácter jo­coso; representa el espectáculo de sus dis­cípulos, que lo abandonan sucesivamente; primero los teístas, descontentos porque ya no admite la creación ni la verdadera li­bertad ni el mundo de los espíritus; des­pués los racionalistas, a los cuales en vano se ha esforzado por dar satisfacción, atribu­yendo sólo a la razón lo que antes se atri­buía al sentimiento. Como resultado de esta polémica, de las críticas de Hegel y, sobre todo, de la influencia del Gran Misterio (v.) de Bohme, la evolución de Schelling se efectuará con su separación de Spinoza y del Dios sinónimo de Naturaleza, con la afirmación de la unión del realismo y el idealismo, de lo irracional y lo racional; de la «Naturaleza en Dios» (inmanentismo- panteísmo), en vez de la Naturaleza-Dios (panteísmo).

G. Pioli