[Ludus de Antichristo, integralmente: Ludus paschalis de adventu et interitu antichristi]. Drama religioso, o mejor, oratorio, cuyo manuscrito fue descubierto en Tegernsee, en Baviéra; es obra de un poeta alemán compuesta hacia 1160.
Es una poderosa representación politicorreligiosa, en la cual el tema apócrifo del Anticristo se enlaza con el fanatismo de la misión universal del Imperio germánico. Según una leyenda medieval de procedencia bizantina y refundida en alemania, antes del advenimiento del Anticristo reinaría en todo el Imperio romano reconstituido un rey franco, el cual depondría la corona y el cetro en el Monte de los Olivos, en Jerusalén. Después vendría el reinado del Anticristo hasta que la vuelta de Cristo lo derribaría restableciendo el reinado de la justicia. El autor del Ludus de Antichristo utiliza esta fábula. Teniendo, quizá, presente como modelo a Federico Barbarroja con su plan de un imperio cristiano, celebra la misión del emperador germánico de unir todo el mundo cristiano bajo su cetro, que depondrá al final en manos de Cristo resucitado. Pero antes de Cristo aparecerá en la tierra el Anticristo, que con el terror, con sus dones y milagros atraerá hacia sí a los pueblos, los cuales lo idolatrarán como los paganos y los hebreos. Elias y Enoc le combatirán, pero él los mandará conducir a la muerte; cuando su victoria parecerá segura y él ya se ceñirá la corona en la cabeza, el rayo lo abatirá.
Entonces todos los reyes y los pueblos de la tierra volverán arrepentidos a la Iglesia, que permanecerá «como un verde olivo en la casa de Dios». Esta grandiosa representación, naturalmente ideal, se deja comprender más por medio de escenas alegóricas que por su acción verdadera y propia. El escenario representa el Templo de Jerusalén y el drama consta de dos actos. El primero está dominado por la figura del emperador, que reúne en torno a sí a todos los reyes cristianos y combate al lado de ellos contra el reino de Babilonia (el paganismo), que es vencido; al final el emperador cae de rodillas en el templo en acto de adoración ante el altar. El segundo acto está presidido por el Anticristo, que, acompañado de la Hipocresía y la Herejía, engaña a los pueblos (personificados simbólicamente), condena a muerte a Elias y a Enoc, que denuncian su carácter diabólico, y finalmente es fulminado por Dios. Todo el drama, aunque sus personajes sean puros símbolos, abunda en imágenes grandiosas y alcanza en algunos momentos una fuerza apocalíptica.
M. Pensa