Mi Vuelo Polar Hasta los 88° de Latitud Norte, Roald Amundsen

[Amundsen – Ellsworth Polflyvning 1925. Gjennem Luften til 88° Nord]. En esta obra, publicada en 1925, el gran explorador noruego Roald Amundsen (1872-1928) nos da cuenta de su importante expedición aérea sobre el Océano Glacial Ártico.

El 12 de abril de 1925 arribaban a la bahía del Rey (Spitzbergen) los dos navíos que transportaban desde Tromsó los dos hidroaviones tipo Dornier Wal (N 24 y N 25) escogidos para el vuelo polar, los cuales, montados y equipados, despegaban felizmente del hielo el 21 de mayo, pese a su carga, superior a la normal. El vuelo fue al principio dificultado por una densa nie­bla, que desapareció a los 82° de latitud, permitiendo a los aviadores observar el he­lado suelo, que no presentaba la menor superficie apta para aterrizar. La mañana del 22, cuando los aviadores habían llegado a los 87° 43’ de latitud norte, la mitad de la gasolina estaba consumida, y entonces Amundsen, que se hallaba en el N 25, deci­dió descender a un canal de agua descu­bierto en los alrededores; debido a un per­cance en el motor, se vio obligado a efectuar un aterrizaje forzoso en un pequeño afluente de dicho canal, evitando por mi­lagro dos terribles acantilados. Se iniciaron entonces una serie de tentativas para pre­parar sobre el hielo una pista que permi­tiese despegar al hidroavión, luchando con­tinuamente contra la presión o la fragili­dad del mismo hielo.

Hasta el 11 de junio, después de preparada una larga y sólida pista, y abandonando todo lo que no era absolutamente indispensable, la tripulación del N 25 — con la que se había reunido en­tretanto la del N 24, que aterrizó a poca distancia — no pudo, después de una ad­mirable maniobra, reemprender el vuelo de vuelta hacia Spitzbergen. Grande era la ansiedad de los aviadores: sólo llevaban ví­veres para un día, y un aterrizaje forzoso, por falta de gasolina u otra causa cualquie­ra, hubiera sido para ellos la muerte segura. Pero, afortunadamente, nada sucedió y, al caer la tarde, el hidroavión se posaba cerca de Spitzbergen: los aviadores se dis­ponían ya a pasar la noche en tierra cuan- , do apareció una ballenera, el «Sj0liv», que, cargándolos a bordo, los llevó hasta la bahía del Rey, donde sus compañeros, que les habían dado por perdidos, los acogieron con conmovido entusiasmo. Este libro, que nos describe la primera tentativa efectuada para alcanzar el polo ártico por el camino del aire después de la loca tentativa de Andrée (1897), tiene páginas particularmente dra­máticas cuando narra el espantoso aterri­zaje entre los diques de presión y los es­fuerzos obstinados y heroicos que permi­tieron al N 25 despegar y salvarse entre las mayores dificultades.

P. Gobetti