[Memorie]. Escritas por el patriota milanés Federico Confalonieri (1785-1846), en la cárcel de Spielberg, desde 1829, y publicadas después de su muerte por su cuñado Gabrio Casati.
Fueron escritas por el autor con el fin de informar enteramente a su heroica esposa, Teresa Confalonieri Casati, de los sucesos que le habían llevado hasta la cárcel y sobre su agonía, que debía prolongarse hasta 1836 cuando la condena de cadena perpetua le fue conmutada por el destierro a América; pero el manuscrito no pudo cumplir su misión, pues la dulce y fuerte esposa murió en 1830. La primera parte de las Memorias abarca el período inmediatamente anterior a su prisión; las vicisitudes del proceso y de la condena a muerte conmutada, por obra de su esposa Teresa y por el hermano de ésta, Gabrio Casati, gracias a la intercesión de la emperatriz, por cadena perpetua; la visión retrospectiva de la política italiana desde 1814 hasta el fatal 13 de diciembre de 1821, de sus diferentes actividades en pro de la educación popular, el mejoramiento de los servicios públicos, la elevación del nivel cultural; consideraciones sobre el comportamiento de la Comisión especial, sobre el procedimiento inquisitorio, sobre el tratamiento a lo largo del proceso, etc.; las peripecias de su viaje de Milán a Viena, donde tuvo su famoso coloquio con el príncipe Metternich, que intentó inútilmente sacarle noticias sobre los cómplices ocultos, sobre la participación de los carbonarios en las maniobras revolucionarias del 21, y especialmente de sus relaciones con el príncipe de Carignano, a quien el gobierno austríaco intentaba excluir del trono de Cerdeña acusándole de fautor de los movimientos revolucionarios; y finalmente rechaza el ancla de salvación de la delación, que lo habría salvado de la prisión de Spielberg; la llegada, el día 5 de marzo de 1824, allí donde a «la edad de 39 años se cerró para mí la viva escena del mundo».
La segunda parte es un elocuente y doloroso cuadro, año por año, de la prisión, y en la robusta simplicidad de su exposición, es una terrible requisitoria contra la falta de humanidad con que se trata a los prisioneros políticos. El capítulo XI. es el más interesante de todos. El prisionero político describe minuciosamente la máquina para «estupidizar la mente, esterilizar las fuerzas, formar aduladores e hipócritas», las negativas a cualquier petición legítima, el hurto despiadado del mísero alimento de los prisioneros. Confalonieri queda siempre, a través de un estilo clásicamente sobrio, digno y solemne, como el severo y equitativo juez de los hombres, de los sistemas y de las instituciones. Su mirada no se aparta del horizonte de los principios, de las grandes ideas morales, sociales y religiosas, sin debilidades ni transigencias, sin disimulos; los hechos no nublan la serena y aguda visión de la realidad, ni le perjudican la conciencia de su situación histórica.
G. Pioli