[Les Troyens]. Poema lírico en dos partes de Hector Berlioz (1803- 1869). Es la última y la más grandiosa y complicada de las tentativas teatrales de Berlioz. En ella trabajó intensamente, a partir de 1853. Durante toda su vida había madurado el propósito de sacar un asunto de ópera, con técnica dramática shakespeariana, del poema de Virgilio, tan estimado por él desde su tierna infancia.
Consta, en suma, de dos óperas: La Prise de Troie, en tres actos y cinco cuadros, y Les Troyens à Carthage, en cuatro actos y siete cuadros. Sólo esta última pudo Berlioz ver representada, en el Théâtre Lyrique, en 1863, con un modesto éxito de estima y de respeto a su vejez. Su música, moderando los estremecimientos del romanticismo heroico dentro de un voluptuoso clasicismo, parece la de un superviviente en una época en que triunfaba el melodismo sensual de Gounod y en que pronto resonarían las femeninas y acariciadoras frases de Massenet. En Karlsruhe se hizo la primera, y quizás única, representación integral del poema lírico. El asunto de La Prise de Troie, que hasta 1899 no pudo representarse en la ópera de París, es la caída de Troya mediante el engaño del caballo, a causa de la incauta credulidad de los troyanos, vanamente avisados por la fatídica voz de Casandra (v.), principal personaje femenino de la obra.
Ésta termina con el embarque de Eneas (v.) en dirección a Italia. Les Troyens à Carthage, exposición dramática de los amores de Eneas y Dido (v.), es mucho más rica en interés dramático y humano, mientras que La Prise de Troie, que quería ser sobre todo un grandioso cuadro historicoescenográfico, es de difícil realización y de efectos plásticos. La música no revela ya la torrencial fertilidad inventiva de los años juveniles de Berlioz, y se resiente algo de cansancio. Sin embargo, merece ser recordada con elogio la poderosa figura dramática de Casandra, que culmina especialmente en las vanas y desesperadas exhortaciones del final del segundo acto en La Prise de Troie; el célebre septimino «Tout n’est que paix et charme autour de nous», en el segundo acto de Les Troyens à Carthage; el dúo siguiente, «Nuit d’ivresse et d’extase infinie», y la desesperación de Dido en el cuarto acto y los lamentos de Eneas en el tercero.
Notable es también el empleo de la pantomima escénica, con música meramente orquestal: escena de Astianax (v.) y Andrómaca (v.) en La Prise de Troie, y todo el segundo cuadro del segundo acto en Les Troyens à Carthage, que reproduce la tempestad que sorprende la cacería real y obliga a Dido y Eneas a refugiarse en la gruta. El fastuoso y complicado final de la obra — presagio de la grandeza de Roma, cuyo Capitolio aparece en una especie de apoteosis— revela la ambición de Berlioz de contraponer a la brumosa epopeya nibelúngica de Wagner un poema teatral mediterráneo y latino. De Wagner recoge algunos procedimientos, como la periodicidad temática. Un motivo que recorre, variado, toda la obra y le confiere una unidad musical, por lo menos exterior, es la marcha de los troyanos.
Pero respecto a Wagner es evidente la voluntad de salvar de modo especial las razones del canto y de la efusión melódica, de modo que el declamado dramático conserva siempre la estructura orgánica musical y en muchos trozos no desdeña componerse dentro de los característicos esquemas cerrados del aria, del dúo, etc. Se ha generalizado la creencia de que habiendo superado las fogosas experiencias románticas de la juventud, Berlioz quiso adoptar la concepción dramática de Spontini.
M. Mila
Con los esfuerzos realizados para diseñar las extrañas imágenes de su fantasía cruelmente sobreexcitada y para manifestarlas de un modo preciso y firme al mundo incrédulo y trivial de su ambiente parisiense, Berlioz fue empujado por su enorme intendencia a alcanzar una potencia técnica que hasta él nadie había sospechado. Lo que tenía que decir era tan insólito, tan extraño y tan completamente contra naturaleza, que no podía expresarlo directamente con simples y escuetas palabras. (Wagner)
Los Troyanos quedan como una de las más notables manifestaciones de la música francesa, una de las obras de que con legítimo derecho puede estar orgullosa. (Dukas)