[I Trionfi]. Obra de Francesco Petrarca (1304-1374), escrita después del año 1352, posterior a la mayor parte del Cancionero (v.), y no obstante tan distinta de ésta que podría decirse su complemento, como si pretendiese insertar e involucrar la historia de Laura (v.) y de su amor en la historia perenne de la humanidad.
Los triunfos, escritos en tercetos de endecasílabos de tipo dantesco, fueron hallados incompletos entre las cartas de Petrarca, con muchas correcciones, cortes y renovaciones, y no recibieron de su autor la ordenación (bastante clara y coherente) que se les suele dar. La idea, en sus líneas generales, es amplia y noble. El Amor triunfa de todos los hombres — y Petrarca nos hace asistir al desfile de los amantes famosos— («Triunfo del Amor», 3 cantos); a veces y de modo extraño, triunfa del Amor el Pudor, y éste a su vez es vencido por la Muerte (2 cantos). Pero de la Muerte triunfa la Fama (3 cantos, con una larga reseña de hombres célebres), de la Fama el Tiempo, éste «segundo morir»; y como conclusión del ciclo terrestre en el divino, sobre el Tiempo triunfa finalmente la Eternidad (un canto para cada triunfo). Toda esta noble «representación» profano-sagrada en cinco tiempos está casi anulada por el elemento personal (Laura), que sin ser absorbido como símbolo y como parte razonable en el todo, supera e incluso desvirtúa el significado general del poema.
Afortunadamente este defecto se convierte en un mérito, al menos en cierto momento en que el poeta alcanza los acentos más puros del Cancionero al cantar el sereno «tránsito» de su amada, y la muerte se transforma — puesto que es la muerte de Laura — en una visión de belleza: «no pálida, sino más blanca que la nieve / que sin viento se posa sobre un bello collado,/parece descansar como fatigada;/y como un dulce dormir en sus bellos ojos/la muerte parece bella en su rostro hermoso». Magnífico es también el segundo canto de este «Triunfo de la Muerte», donde Laura se mantiene viva y presente en una visión que recuerda las mejores páginas del Cancionero. En cuanto al resto, no deja de presentar valones indudables, y así encontramos versos lapidarios («primer pintor de las antiguas gestas»; «nació del ocio y la lascivia humana»; «volved todos a la gran madre antigua», dice de Homero, del Amor y de los mortales), alguno de los cuales se ha mantenido con valor proverbial en el patrimonio común de la cultura («si África lloró, no se rio Italia», «Horacio solo contra toda Tos- cana», etc.); pero la obra es, aun considerada analíticamente, árida, imitación exterior, más que en el verso y el tema, en el estilo, de la Divina Comedia (v.); de cuya admiración Petrarca, con afectada altivez — fruto más de la incomprensión por divergencias espirituales, que de la envidia — se había mostrado ostentosamente alejado.
Los triunfos — y de modo especial el «Triunfo del Amor» — alcanzaron, sin embargo, un enorme favor, debido a su erudición epigramática, a su alegorismo y al gusto medieval, que perduró ostensiblemente incluso en el Renacimiento por la forma particular de la «visión» y más tarde del «triunfo», ejerciendo una notable influencia incluso sobre las artes plásticas, especialmente durante los siglos XV-XVI. Su éxito más propiamente literario fue compartido con la Amorosa visión (v.) de Boccaccio, del que probablemente deriva, aunque sólo en parte, el tipo del «triunfo» petrarquesco.
B. Chiurlo
…Si en Los triunfos trata de ampliar su horizonte y salir de sí mismo para contemplar la humanidad, lo que en sus versos tiene todavía cierto interés es su pasado, y sobre todo el sueño de Laura… (De Sanctis)
Los triunfos, que representan su último esfuerzo, a pesar de la penuria de su idea alegorizante y de su ejecución esquemática, ofrecen algunos rasgos bastante simples y conmovedores, como el recuerdo de la muerte de Laura y el coloquio con ella cuando ésta descubre su verdadero sentir, y algunos de sus versos más bellos… En general, la elegancia y el artificio no sólo no consiguen ahogar la poesía en sus composiciones, sino que le dan relieve y la hacen aparecer, por contraste, con toda su fuerza original, con todo su gracioso vigor. (B. Croce)