Los Tejedores, Gerhart Hauptmann

[Die Weber]. Drama en cinco actos de Gerhart Hauptmann (1862- 1946?) escrito primero en dialecto silesiano [Die Waber] y luego en alemán, publicado y estrenado en 1892.

Este drama de masas en lucha con el capitalismo, el hambre y la miseria, llevó por primera vez a los teatros de la alemania bismarckiana el problema del proletariado, reproducido por el realismo de Hauptmann con dolorosa crudeza. La obra, como Germinal (v.) de Zola, cuyo recuerdo es evidente, es la historia de una revuelta. Pero no puede hablarse de acción propiamente dicha, conducida dramática­mente; cada acto es un cuadro separado, y en cada uno la revuelta va madurando, hasta estallar amenazadora en el cuarto y prolongarse, sin resolverse, en el quinto. La miseria, la humillación, el hambre, son el alma y el fondo de estos cuadros y les dan el sentido de unidad. El primer acto se desarrolla en la fábrica de Dreissiger, el día de la paga.

La multitud de obreros se reúne, pálida y macilenta, esperando el turno para cobrar el mísero salario, y en vano pide ayuda y subsidios para poder alimentarse. Dreissiger, el patrón, no se deja ver, y sólo le arranca de su oficina el malestar de un niño que, habiendo subido al monte con una gran carga, se ha des­mayado de hambre. Dreissiger lo socorre impresionado, y con falsas palabras basadas en un orgullo ignorante, calma a la multi­tud de obreros que se había empezado a agitar. Pero Baeker, el rojo, no se deja amenazar, y él solo, elevando la voz, con­sigue obtener la paga que le correspondía. En el segundo acto la escena nos transporta a casa del viejo tejedor Baumert. La miseria más negra se pinta en las caras enjutas y en los vestidos y harapos de las mujeres y los niños.

El viejo, al volver de la fábrica, trae consigo a Jaeger, soldado licenciado que con sus fanfarronadas agita en aquellos pobres hambrientos el sentido de los sufri­mientos soportados durante largo tiempo y, cantando la canción de la rebelión, des­pierta en ellos el ansia del desquite. Este impulso se agudiza y toma forma en el tercer acto, cuando los hombres reunidos en la taberna del pueblo, agitados por las dis­cusiones y el vino, escuchan que Kutsche, el gendarme, les prohíbe cantar la famosa canción. Entonces se dirigen a la fábrica (cuarto acto) y Jaeger, el jefe, es detenido, mientras la muchedumbre airada invade a la fuerza la rica casa de Dreissiger y lo rompe y destroza todo. Pero el quinto acto pone una sensación de tristeza y casi plan­tea una duda sobre la utilidad de dicha victoria estrepitosa.

Hilse, el viejo tejedor mutilado, no se deja arrastrar por la multi­tud ululante. El temor de Dios, por el cual ha trabajado y sufrido durante cuarenta años, lo retiene; ve al diablo en la multitud desencadenada y, considerando un robo lo que efectúa, ordena a su hijo Gottlieb que no participe en dicho crimen. Pero la nuera se rebela contra sus «chocheces pazguatas» y desciende a la calle, donde los soldados cargan contra los huelguistas. Entonces Got­tlieb baja para defender a su mujer, mien­tras el viejo Hilse muere herido por un disparo. Conducido con atento examen por Hauptmann, que fija los menores detalles incluso en la escenografía, este drama señaló el triunfo definitivo del naturalis­mo germánico. El efecto fue tanto mayor en alemania por cuanto el estilo no se había desarrollado lentamente, como en Francia, donde, durante los cambios de régimen y en la nueva sociedad burguesa capitalista se había pasado por todas las fases del realismo hasta llegar al naturalismo integral.

En Ale­mania el nuevo estilo apareció súbitamente con la rapidez del mismo capitalismo indus­trial, que surgió a consecuencia de la vic­toria militar de 1870. Las escenas de masas en la obra son excelentes, las mejores des­pués de Schiller, pero es débil la represen­tación del ambiente burgués, que Haupt­mann no supo dibujar nunca, así como no supo representar nunca a los individuos de la clase obrera, por los que durante largo tiempo se le consideró directamente inspi­rado. Le gustaba y sabía crear solamente un mundo de seres instintivos, próximos a los orígenes, casi unidos todavía con la tierra. Por esto sus tejedores no son los obreros de las grandes industrias ciuda­danas, sino artesanos del campo, criaturas todavía elementales, que eran los que real­mente conocía el autor. (P. Nobel 1912.)

F. Lion