[Sinners in the hands of an anqry God). Es un famoso sermón de sombrío y feroz puritanismo, del calvinista puritano americano Jonathan Edwards (1703-1752), ministro de la iglesia de Northampton en Massachusetts, donde inició un gran «despertar religioso», que predicó en la iglesia de Enfield en 1740.
Su elocuente arte teológico de aterrorizar a los pecadores con la perspectiva de las penas y del fuego infernal — incluyendo entre los pecadores «a los que nos parecen inocentes como niños, pero que a los ojos de Dios están tan lejanos de Jesucristo como las más odiosas de las víboras» —, con un realismo terriblemente vivo se nos revela aquí con inhumana eficacia: «Vosotros todos los que no habéis sido llamados a nueva vida y no habéis resucitado de la muerte del pecado, estáis en las manos de un Dios airado.
¿Qué importa que bajo muchos aspectos hayáis modificado vuestra manera de vivir? ¿Qué importa que améis la religión, ni que observéis sus preceptos en vuestro hogar, en vuestra intimidad y en la casa de Dios?: sólo su beneplácito impide que seáis al instante lanzados a la eterna condenación… Sólo a Él debéis el no ser precipitados en el infierno en la oscuridad de la noche, y el no despertaros en este mundo de horror, después de vivir aquí adormecidos…» -Si este discurso marcó la cúspide de su fama oratoria, fue por otra parte una «reductio ad absurdum» de toda su feroz deformación del concepto del «Padre Celestial» del Evangelio.
El público sintió cada vez más vivamente la estridente contradicción entre su doctrina de la «predestinación», que hacía vano todo esfuerzo de la voluntad hacia el bien en los «no predestinados», y su amenazadora insistencia para que «todos los pecadores», sin excepción, se convirtieran. Edwards comenzó a perder el ascendiente sobre su congregación, la cual en junio de 1750 sacudió su yugo espiritual y le obligó, con doscientos votos contra veintitrés, a presentar la dimisión de su lúgubre ministerio.
G. Pioli