Los Inocentes en el Extranjero, Mark Twain

[Innocents Abroad]. Cuaderno de viaje del humorista americano Mark Twain (1835- 1910), publicado en 1869. En orden de tiem­po es la tercera obra del humorista de Mis­souri y narra el famoso crucero a Tierra Santa a bordo del «Quaker City», y el viaje a Italia, en 1867, en compañía de los «inge­nuos» que Twain capitaneaba. Pocos libros más llevan como éste impresas en sus pági­nas las huellas del tiempo; y al desagrado del lector atento, ante los fantoches de lo grotesco, movidos por Twain para burlarse sin miramientos de la antigua civilización mediterránea, se añade la incomprensión grosera de la que pareció el escritor no avergonzarse, y no advertirla siquiera, en aquella especie de elogio de la ignorancia, estropeado por el propósito de tomar mo­tivo de risa de todos y de todo. El viaje por Italia comenzó en Génova, y la ciudad que tuvo cautivado casi durante un año a Dickens en 1844-45, a Twain, que tenía la misma frialdad de fantasía que el autor inglés, le proporcionó cierto impresionismo acelerado, para desahogo más de su frag­mentaria sentimentalidad que de sus iróni­cas alabanzas. Visitó después Milán, Como, Lecco, Bérgamo, Padua, Verona, Venecia, Bolonia, Florencia, Pisa, Liorna, Civitavecchia, Nápoles y Roma.

No es difícil advertir cómo la aspiración irónica del escritor ame­ricano está privada de juicios madurados y originales y de visiones nuevas; de manera que, si se ha de juzgar aquel itinerario italiano por el placer que causó a Twain, habremos de decir que no hay en él una observación que pueda tener autoridad ni sostenerse en pie. Precisamente por la razón de que los museos, las ruinas, las ciudades, las bellezas italianas, que habían de concu­rrir a personificar un solo y grande prota­gonista bufonesco, con el estilo a saltos de Twain, no adquieren el vigor de tono y la rapidez de toque, única cosa que hubiera podido darles un carácter pintoresco. En cuestiones de arte en general, y del figura­tivo en particular, Mark Twain refleja los lugares comunes de su tiempo y, sobre todo, de su país. Se puede añadir que la duplicidad de acentos, acre y turbadora, capri­cho característico de toda la obra de} escri­tor americano, se halla entre los atractivos menores de este libro, que, sin embargo, aparte las invectivas de la «Saturday Review» y de la «Revue de Deux Mondes», constituyó un afortunado negocio para el autor.

L. Berti