La leyenda de los «siete infantes de Lara» es uno de los motivos más populares de la literatura española y ha dado origen a una tradición literaria que llega casi hasta nuestros días. Encontramos su primer eco en dos cantares de gesta, uno del siglo XII y otro del XIV, ambos prosificados e incluidos como elementos históricos en varias crónicas medievales. De tales crónicas, y especialmente de la Primera Crónica General (cap. 207-243) de Alfonso el Sabio y de sus refundiciones, el filólogo Ramón Menéndez Pidal ha reconstruido los fragmentos más importantes (unos trescientos versos) de los dos cantares, recomponiendo en sus líneas esenciales la sombría historia (cf. La Leyenda de los Infantes de Lara, Madrid 1896). Los siete infantes de Lara se dirigen a Burgos con su madre, doña Sancha, para celebrar las bodas de su tío Ruy Velázquez con doña Lambra, hija del conde de Castilla. Durante los juegos nace una disputa entre el último de los infantes y un primo de doña Lambra, Álvaro Sánchez, que resulta muerto.
De ello resulta una contienda general entre los infantes y los familiares de doña Lambra. Restablecida la paz por intervención del conde de Castilla y de Gonzalo Gustioz, padre de los infantes, éstos acompañan a doña Lambra a Barbadillo. Un siervo arroja un cohombro tinto en sangre contra los infantes y éstos le dan muerte a pesar de que se refugia bajo el manto de doña Lambra. Ésta entonces pide venganza á Ruy Velázquez, el cual hace caer a Gonzalo Gustioz en manos de Almanzor, rey moro dé Córboba y luego atrae a los infantes y a su ayo Ñuño Salido a una emboscada, y después de hacerlos decapitar, manda sus cabezas a Almanzor. El rey moro, que había de haber dado muerte a Gonzalo Gustioz, se ha limitado a encarcelarlo y ahora le entrega el macabro envío. El mísero padre besa una por una las «amadas cabezas», y éste es uno de los momentos más intensos del cantar. Almanzor, compadecido, libera a Gonzalo, el cual, en el momento de partir, sabe que la mora puesta por Almanzor a su servicio (en la que algunas versiones ven a la propia hermana del rey) está encinta de él, y le entrega la mitad de un anillo mediante el cual podrá reconocer a su hijo si éste es un varón. La mora da a luz a un hijo, Mudarra, el cual, una vez crecido, se da a conocer a su padre y venga a sus hermanos dando muerte a Ruy Velázquez y quemando viva a doña Lambra.
En la leyenda pueden reconocerse muy bien dos partes: la del cantar más antiguo, que en su sobriedad tiene toda la verosimilitud de un hecho histórico, y la del segundo cantar, con las hazañas de Mudarra, elaborado sobre el plano de los tardíos romances épicos. De los dos cantares (se duda de la existencia de un tercero) derivan los numerosos «romances viejos» que constituyen, en el seno del Romancero (v.), el ciclo de los «Infantes de Lara» y de los que los más bellos son «Pártese el moro Alicante», que constituye el lamento de Gonzalo sobré las cabezas de sus siete hijos, y el que empieza «Yo me estaba en Barbadillo», que son las quejas de doña Lambra.
C. Capasso