Los Hijos de Eduardo, Casimir Delavigne

[Les enfants d’Edouard]. Drama en tres actos, en verso, de Casimir Delavigne (1793-1843), repre­sentado en París en 1833.

La acción se des­arrolla en Inglaterra, donde la muerte de Eduardo IV había elevado al trono, a los trece años, a su hijo Eduardo V, bajo la tutela de su tío Ricardo, duque de Gloucester, deforme de cuerpo y de alma. Éste, al que su hermano había confiado al morir a sus jóvenes hijos, Eduardo y Ricardo duque de York, es empujado por la ambi­ción a adueñarse del trono. Por ello, con pretextos políticos, manda ajusticiar a un tío materno de los príncipes a quienes protegía, y propaga noticias calumniosas sobre su cuñada, la reina Isabel, tratando de hacer nacer sospechas sobre la legiti­midad de los jóvenes herederos. El duque de Buckingham, sospechando la traición, advierte de ello a la reina y a su hijo Ri­cardo, pero Gloucester consigue encerrar a los dos hermanos en la Torre de Londres, con el pretexto de una breve espera im­puesta por la etiqueta, antes de la corona­ción del joven rey. Pero su suerte ya está decidida: inútilmente el gobernador de la Torre, sir James Tyrrel, apiadado por la juventud de los dos príncipes, intenta oponerse a su muerte, y en vano el duque de Buckingham, después de esquivar un aten­tado contra su propia persona, prepara la liberación de ambos jóvenes: su ambicioso tío se proclama rey con el nombre de Ri­cardo III y la primera noche de su reina­do dos sicarios asesinan a los niños.

El drama, que sigue fielmente la historia in­glesa, está inspirado en el Ricardo III (v.) de Shakespeare; aparecen en él, en parte, los mismos personajes, y el sueño que el melancólico Eduardo narra a su hermano, su compañero de cautiverio, traduce, casi al pie de la letra, las poéticas expresiones empleadas por Shakespeare para describir la gracia y la belleza de los dos gentiles príncipes, unidos por un gran amor frater­nal: «Parecían dos capullos de rosa sobre un mismo tallo». La obra fue representada mientras arreciaba la batalla del Romanti­cismo, y Delavigne fue criticado por no haber querido seguir del todo las nuevas teorías, aunque había intentado un más atrevido acercamiento del drama clásico a las libertades románticas. De manera que disgustó a los representantes de las dos escuelas que le acusaron de frialdad, aun­que no faltó a la obra un notable éxito de público.

L. Giacometti