[Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge]. Obra en prosa de Rainer Maria Rilke (1875-1926), publicada en 1910. Consta de dos volúmenes de anotaciones en forma de diario íntimo, que Edmond Jaloux ha definido acertadamente como meditaciones dignas de un personaje de Dostoievski.
El protagonista, Malte Laurids Brigge, joven intelectual, descendiente de noble familia danesa arruinada, es, en realidad, el propio Rilke, líricamente proyectado fuera de sí. Se encuentra solo, frecuentemente enfermo, y va a vivir a París, en donde lleva a cabo las más variadas experiencias: la miseria, el espanto, el abandono, la búsqueda de Dios. Con el pensamiento vuelve frecuentemente a su pasado: revive su infancia, ve de nuevo a los que ha perdido, los sucesos increíbles de los que ha sido testigo, evoca figuras históricas y literarias que tienen para él un significado particular. Su sensibilidad es de una agudeza exasperante: sufre por mil cosas, goza infinitamente por otras, y anota confusamente sueños, recuerdos, angustias. Con palpitante y dolorosa receptividad, su conciencia se percata de la multitud de fenómenos que la conmueven. Se ha puesto de relieve la diferencia que hay entre la conciencia intuitiva de Rilke y la lógica, disociativa y deductiva, de Proust, hijo y hermano de médicos. Las experiencias de Rilke no proceden del intelecto, sino del subconsciente, en donde tienen lugar las pasiones y las sensaciones no del todo físicas.
El más leve estímulo basta para sacudir la sensibilidad de este escritor, que de un solo golpe llega al nudo de las cosas que le han emocionado, y en un arranque lírico da entonces sus interpretaciones de la vida, vastas y profundas. Un rasgo característico de Rilke es su agudo análisis de la angustia. Ha vivido entre los que han observado y puesto de relieve que la mayor parte de los sentimientos humanos tienen como origen el espanto, el terror metafísico. Rilke se complace en seguir con su imaginación a cualquier desconocido, atormentado, encontrado quizá por la calle o en un local. Se identifica con esa persona hasta sentir su pena. A veces son los objetos más humildes, los restos de una casa demolida, una flor pisoteada en el suelo, los que despiertan su compasión y dan lugar a sus caprichosos sueños. Hay en sus páginas agudísimas observaciones sobre la poesía, la infancia, el insomnio, el espanto; pero el problema central del libro es el de la muerte: «Cada uno contiene su muerte como el fruto contiene su hueso.» Y por eso la muerte de cada hombre ha llegado a ser hoy algo mediocre e impersonal, porque así es la vida. Rilke analiza y estudia la muerte, desde la de las moscas ante la llegada del invierno a la de los héroes de la historia.
Y sobre un fondo de angustia, que parece encontrar en lo absoluto de la muerte su propio absoluto, se trazan paisajes, calles, ciudades, se encuentran muchos personajes con frecuencia terribles, mostrados con clara precisión. Las últimas páginas, clave del libro, son una parábola del hijo pródigo, que resume la experiencia religiosa de Rilke. Narra la historia de un muchacho que abandona hogar y afectos porque no quiere ser amado, o, por lo menos, no con ese amor que somete y convierte en esclavos de las costumbres. Este muchacho anhela un amor diferente, que quizá no se encuentre en ningún lugar de la tierra, y entonces comienza para él el duro trabajo de la búsqueda de Dios. También en estas páginas Rilke es, ante todo, un poeta que sugiere en vez de describir, y para quien cada fenómeno tiene un secreto inalcanzable. Su secreto estriba especialmente en saber valorizar un alma cuando se ha alejado de su norma de vida cotidiana. El libro es una expresión poética de la necesidad de soledad. Y las figuras humanas que lo animan, miserables, enfermos, locos, tienen también en su vida poética un algo de espectral, creado por el aliento de esta soledad. La muerte de Malte, es decir, la disolución de su personalidad entre la angustia cósmica, es una última experiencia que el poeta debe aceptar y sobrepasar, como iniciación religiosa a una vida poética más elevada y más vasta en el «espacio angélico», que es una realidad superior, por la que la muerte se transforma en el elemento de la vida más positivo e integrante. En este sentido los Cuadernos de M. L. Brigge representan una etapa de la ascensión espiritual del gran poeta que es Rilke. [Trad. de Francisco Ayala (Buenos Aires, 1941)].
O. S. Resnevich
Esta fusión de realidad y fantasía; este análisis de lo concreto concebido como matriz, por decirlo así, de lo abstracto; esta búsqueda del íntimo ritmo que todo lo conmueve en el preciso instante en que va a transformarse, todo esto constituye un complejo único que hace de los Cuadernos un gran libro. No es posible abrir sus páginas sin sentirse purificados, enriquecidos. (E. Jaloux)
El héroe de los Cuadernos es un inquieto, cuyo espíritu se encuentra siempre descentrado. Dar coherencia a este libro, sería un gran error. (D. Kops)